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sabau sus crímenes cada una de las religiosas que habíá en aquel lugar de tormentos, así ellas, como sus cómplices y en cubridores. Y a todas oyó que se lamentaban con clamor ho rrendo y decían estas y otras expresiones por el estilo: “Aquí estamos en este lago sin fondo y sin medida, lleno de ardor incomparable y de hedor intolerable; aquí todo es miseria, ti nieblas, desorden absoluto y horror sempiterno”.' A consecuencia de esta visión, quedó sumamente afeeíado el siervo dé Dios y fuese a visitar al obispo de aquella dióce sis, a quien se la manifestó y le djo: “ Esto dioe el Señor; es cribe a los cuatro conventos las lamentaciones y ayes qüe he visto y oído, porque si na cumplieran las promesas hechas a Dios en sus votos y 110 guardasen sus preceptos, so encenderá sobre ellos mi furor y las visitaré con vara de hierro y no tendré más misericordia con ellas”. El Obispo que tenía en mucha estima y veneración al P. José, dió crédito a la vi sión y escribió sendas cartas a los conventos de Religiosas, reí!iriéndoles el terrible castigo que les aguardaba y todos los pormenores de la visión, para que escarmentasen y se reduje ran a mejor vida. Y para que lo pudieran hacer con más fa cilidad, el Obispo tomó por su parte cuantas providencias cre yó necesarias, es a saber, señaló a lo© conventos de las monjas los más celosos confesores que pudo haber en la diócesis, altar lo de ellos todas las diversiones y entretenimientos mundanos, prohibió con mucho rigor las conversaciones y tratos con seculares, y en el convento en que se había dado el escándalo prohibió a la« monjas bajar a las rejas en absoluto bajo pena de excomunión. Esta visión no íué útil solamente para las mencionadas monjas por las medidas que lomó la autoridad eclesiástica, sino también para nuestro biografiado; pues aunque llevaba una vida tan mortificada y santa, como queda dicho, pero des de este punto se prestó a correr como gigante por el áspero camino de la virtud, y como valeroso atleta, cual si quisiera emprender un nuevo noviciado, empezó a brillar con una mayor austeridad de vida y por un mayor fervor en el ejer cicio de la oración, en la que insistía casi todo el tiempo de — 107 —
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