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de haber sobrellevado con igualdad de. ánimo, durante varios años y hasta su muerte, una gravísima e intolerable úlcera en una de las rodillas, la cual manaba podre y gusanos y le atormentaba cruelmente. Y como fuera insensible a los su frimientos, de tal manera, disimulaba los dolores y angustias que esta y otras penalidades le ocasionaban, que para todos fué ejemplo de paciencia y purificado como el oro en el crisol de las tribulaciones y penas, volaba su espíritu con más pu reza y libertad hacia Dios Nuestro Señor. Guando ya avanzaba en años, fué acometido de una fuerte calentura y conociendo por ello la vecindad y proximidad de la muerte, bien armado y fortalecido con la recepción de los sacramentos y demás auxilios de la religión, salió al encuen tro de Jesucristo que le llamaba, y lleno de méritos y virtudes exhaló el último suspiro en el convento de Aranda, en donde fué sepultado, y entregó su espíritu en manos del Creador, el año 1697. En vida de este siervo de Dios, ninguno tíivo conocimien to exacto de la constancia y admirable virtud que en él res plandecía, pues ofreciendo a sólo Dios el holocausto de sus virtudes, de tal suerte envolvía en el silencio y ocultaba cau telosamente sus obras más admirables, que las sustraía a las miradas de los demás. Mas luego que murió, se puso de ma nifiesto a todos la extraordinaria y prodigiosísima fortaleza de su espíritu, porque cuando los religiosos, según la costumbre de la Or'den, quisieron lavar su cuerpo para amortajarle, vie ron no sin gran admiración, que tenía la rodilla consumida por la podredumbre, sin que el tormento por ello producido hubiera sido bastante para obligarle a manifestar el mal o a exhalar alguna queja. Después de muchos años de sepulta do, se encontró su cuerpo todo él convertido en polvo, más la rodilla enferma, causa de tantos sufrimientos y mereci mientos, se halló tan fresca y blanda como si no se tratase de un difunto de mucho tiempo, sino de un cuerpo vivo, lo cual fué tenido por los religiosos como indicio sobrenatural de la inocencia de su vida, de la pureza de su alma y de la gloria que gozaba en la patria de los bienaventurados. — 192 —
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