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y acerbos, que por la vehemencia de ellos llegó hasta a perder- el conocimiento. Compadecido por ello y doliéndose en gran, manera de su prelado, rogó encarecidamente al Señor que el. cáliz de amargura que gustaba su guardián, si era esa su di­ vina voluntad, lo traspasase a él. Lseuchó Dios la oración de: su sier'vo y sin que al exterior apareciera indicio alguno, em­ pezó a ser atormentado atrozmente con los dolores del enfer­ mo. Puesto en esta prueba, no se le vió quebrantado el áni­ mo ni gemir o exhalar queja alguna, sino que todo lo sufrió con paciencia, constancia y serenidad, empezando desde en­ tonces la mejoría de su guardián. Y es que para estos casos, echaba mano de un remedio eficacísimo, el único enteramen­ te eficaz para sobrellevar con ánimo constante todos los do­ lores y sufrimientos que lo podían sobrevenir, cual es, la con­ formidad a la divina voluntad, la cual había adoptado como; norma y regla de sus inclinaciones, deseos y acciones. De aquí que aun acometido de grandes dolores y afligido por graves enfermedades, no daba señal alguna de llevar' con pesar o molestia las angustias inherentes a ellas; antes al contrario,, preguntado de los religiosos que tal le iba en sus enfermeda­ des, siempre respondía: 'Bien, muy bien, pues siempre se cumple en mí cuanto agrada a la voluntad divina”. Tan adap­ tada tenía su voluntad a la de Dios y con tanta eficacia obra­ ba en él la gracia divina, que ni con palabras, ni con gemi­ dos, ni con lágrimas, ni de otra alguna forma, se lamentaba, de sus padecimientos. A estas injurias y dolores que le sobrevinieron sin él husm­ earlos, añadía otras penalidades y mortificaciones a fin de afligir y castigar más su cuerpo, cuales eran ayunos y vigi­ lias con los que empezó a quebrantarse notablemente su sa­ lud. Laceraba diariamente su carne con flagelaciones cruen­ tas, huyendo lejos de cuanto puede halagar la voluptuosidad y abrazando cuanto podía mortificar sus sentidos. — 168 —

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