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sintieran el aumento de conventos de Capuchinos, sino que quedaran reducidos a los doce ya fundados. Con esto se con* siguió solamente que durante unos pocos años cesasen las fun daciones, filas el P. Comisario, con su silencio, paciencia, hu mildad y oración, consiguió deshacer todas las maquinacio nes de nuestros contrarios y enemigos. Al mismo tiempo que se fundaban conventos en Cataluña, . se extendieron los Capuchinos por Valencia y Aragón, los dos reinos limítrofes del principado, teniendo que hacer frente a las mismas contradicciones que habían padecido en Cataluña. El P. Juan de Alarcón fué el que, siendo elegido, el año 1596, Provincial de Cataluña, emprendió la fundación del primer convento del reino de Aragón, en Zaragoza, capital del mismo, de manera que, así como a su hermano de sangre, el P. Arcángel, le cupo la gloria de ser el fundador de la Orden Capuchina en España y el primer' Superior de la misma, así también al P. Juan se le debe la fundación de la Orden en Aragón. No fueron pocas ni de poca monta las dificultades que se presentaron y que fué necesario superar para llevar a cabo la fundación de Zaragoza, siendo la principal la misma que se había ofrecido a las fundaciones de Cataluña. Los émuios de ¡os Capuchinos temiendo que la Orden se extendiera por toda Es paña con la misma rapidez y expansión que en Cataluña, trata ron de impedirlo y a este fin tuvieron buen cuidado de prevenir y ganar al Rey contra nuestra propagación por Valencia, Aragón y Castilla. Y así fué, que Felipe II había escrito al Sr. Arzobispo de Zaragoza y al Virrey de Aragón, que no consintieran fun daciones de conventos de Capuchinos en dicho reino. Además, nuestros enemigos procuraron convencer a los señores del Con sejo de que las fundaciones de Capuchinos eran, no sólo incon venientes, sino perniciosas. Así, pues, cuando el P. Juan vino a Zaragoza a tratar este negocio de la fundación de conventos, se encontró con todas las puertas cerradas y con que se le ne gaban todos los permisos. No se acobardó por ello el siervo de Dios, sino que, aleccionado con lo sucedido a él mismo en la fundación de Valencia, con su prudencia, sus buenas razones y con su oración, desvaneció los prejuicios que se habían pro- — 15 —
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