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pábase en santas consideraciones y meditaciones que le su gería el mismo oficio. Cuando revolvía la tierra, pensaba qutí la fábrica de su cuerpo mortal era de tierra y en tierra se había de convertir; cuando cavaba la tierra, reflexionaba en la triste sepultura en que había de ser enterrado, y cuando veía correr el agua por el huerto, traía al pensamiento la velocidad del curso de su br'eve vida hacia la eternidad. De este modo trabajaba como quería nuestro P. San Francisco, esto es, con espíritu de oración y devoción. Fué tan cuidadoso de la pureza de conciencia, que aun las acciones más ordinarias e insignificantes las hacía con tanta diligencia y perfección como la que suelen poner' en las suyas los religiosos perfectos cuando tratan de hacer algunas obras de importancia. A mejor conservar este candor y bri llo de su espíritu iban enderezados los propósitos que hizo de padecer y sufrir', antes la muerte, que cometer un solo pe cado venial deliberado, los cuales cumplió con toda diligen cia, no ignorando que Dios escudriña nuestros corazones y ve faltas donde nosotros no las advertimos. Por' eso ponía sumo cuidado en limpiar su alma de toda mancha en el sa cramento de la Penitencia, manifestando al Padre fespm- tual, hasta los movimientos e inclinaciones de su alma, por- si en ellas hubiera imperfección. III SUS VIRTUDES A fin de adquirir las virtudes propias de un hijo de San Francisco cuyo hábito había vestido, emprendió la carrera de la perfección, comenzando por la virtud de la humildad, tan característica en San Francisco, que es llamado el “ san to humilde”, por antonomasia. Para contrarrestar las tentaciones de estimación propia y vanagloria con que el demonio quería cebar su soberbia y derribarle de la humildad, traía a cuento el recuerdo de su — 165 —
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