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esto debía hacer era echar' grandes y sólidos cimientos de hu mildad conforme al sabio y prudente consejo de San Gregorio Magno: 1¿Vis magnam fabricam construere celsitudinis ? De fundamento prius cogita humilitatis. ¿Quieres levantar un so berbio edificio de santidad? Pues piensa primero en un hondo cimiento de humildad. Meditando, pues, en la porpiedad y nada de su ser, se aventajó tanto en el conocimiento propio, que es la base y el principio de la verdadera y sólida humildad, que parece llegó a olvidarse enteramente de lo que había sido en el siglo, y a reputarse por indigno de vivir en la compañía de los religio sos, considerándose el más vil de todos ellos. Y como si fuera un criado y siervo de ellos se adelantaba a los demás en es coger y hacer aquellos oficios y menesteres más bajos, humil des y abyectos que había en la casa. Un ejemplo bien elocuen te de su humildad lo dió estando conventual en Pamplona, donde en defecto de la caballería que sacaba agua con la no ria de la huerta, se ofreció al P. Gurdián para hacer las veces de aquélla y sacó el agua para el riego. Gon el continuo ejercicio de humillaciones, que es el único medio de alcanzar la virtud de la humildad, la consiguió tan profunda, que siempre guardó un absoluto silencio acerca de lo que había sido antes de abrazar el estado religioso en el mundo, esto es, acerca de la nobleza y linaje de su familia, de los bienes de fortuna que había poseído, cosa por cierto muv', difícil, de 110 estar muy arraigado en su corazón esta hermosa virtud. Sobre esto, nunca sostuvo una conversación con los religiosos y ni aun siquiera se le escapó una palabra, según testimonio de los mismos, por donde pudieran conjeturar, quie nes no le habían conocido, haber sido tan noble y de tan dis tinguida posición social. Era predicador y aunque para ello le eran necesarios los libros pero el libro más consultado por él, del cual sacaba ra zones eficacísimas y persuasivas para convencer a sus oyentes y admirables conceptos y pensamientos para mover sus al mas a penitencia, era la oración, como lo quieren nuestras Constituciones. Los sermones no estaban adornados con las — 142 —
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