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las miradas de la gente, no obstante era pública la fama de santidad en que era tenido por toda aquella región de Tara- zona. Movidos de esta fama los Monjes Bernardos del Monas­ terio de Yeruela, mostraron deseos de oir'le predicar al pueblo e-n su iglesia y por condescender con ellos accedió a su deseo el siervo de Dios. Sucedió, pues, que estando a mitad del sermón escuchán­ dole todos con gran atención, paróse de repente y estuvo así un 'buen r'ato, con admiración de los oyentes. En esto baja del púlpito, sale de la iglesia y empieza a caminar con dirección al vecino pueblo de Vera con tal celeridad y prisa, que ni los monjes ni los oyentes le pudieron detener en su camino, y era que había sabido por revelación que un mal clérigo, por todos t onocido, como de vida escandalosa, se disponía a celebrar sa­ crilegamente el santo sacrificio. Llega al pueblo, va a la igle­ sia, entra en la sacristía al tiempo en que el sacerdote, revesti­ do con los ornamentos sacerdotales se disponía a salir para ce­ lebrar. Le reprende con aspereza, le afea el sacrilegio que va a cometer, le persuade a hacer penitencia y logi'ó reducirlo al buen camino de manera que, arrodillado a los pies del Padre se confesó con él, dando evidentes muestras de dolor, y ya re­ conciliado con Dios, celebró la Santa Misa. El siervo de Dios, conseguida esta victoria del común enemigo de las almas, re­ gresó al Monasterio, y todos aquellos que tuvieron noticia de este caso, alababan a Dios por la santidad de su siervo y por los inestimables dones que del cielo había recibido. Un día el fervoroso y santo hermano Fray Jerónimo de quien hacemos mención en otra parte de esta obra, y que tenía a su cuidado el reloj de la iglesia, lo halló parado, cosa que ocurría con frecuencia; acercóse al P. Jerónimo, que debía ser Superior del convento, en el momento en que éste calía al altar a celebrar la Santa Misa. Asegura dicho herma­ no, que en esta ocasión como en otras muchas veces, iba con el "ostro encendido y resplandeciente de luz, y no obstante, acer­ cándose le habló y dijo: “Padre, el reloj está parado y no quiere andar'” ; la respuesta del Padre fué: “Ve y dile que vo le mando andar por santa obediencia, fué e hizo lo que le — 121 —

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