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fueron tan reiteradas las instancias de un bienhechor para que admitiera una limosna, que consintió en ello, y eran dos panes y dos pollos asados para él y para el Padre que le acom pañaba. Al volver al convento, como viera a un pobre, dijo al compañero: “¿Quiere ver, Padre, volar un pollo asado/ j lo dió al pobre. Y volviéndose a su compañero, le decía: “ ¿no ve, Padre, no ve cómo vuela hacia el cielo? Ya ha penetrado en él.” Siguiendo el camino ve a otro pobre que pedía limos na, y dirigiéndose a su compañero, le dice: “Si quieres que el pollo que te pertenece vuele también al cielo, dalo de li mosna a este pobre miserable.” Consintió en ello su compañe ro y con grande gozo contempló cómo ambas limosnas vo laban al cielo. Tal era su espíritu de fe. ¿Qué decir de su castidad y pureza? Según testimonio de su confesor, la conservó ilesa todo el tiempo de su vida, ape- sar de las ocasiones y tentaciones con que el demonio, envi dioso de tanta santidad, procuró robársela por multitud de medios. Una noble matrona le llamó a su casa con el pre texto de consultar con él cosas de conciencia, pero con lo- dañina intención de robarle este celestial tesoro. Sin sospe char el siervo de Dios mal alguno, asistió a su casta, empe zando ella a quejarse de la conducta de su marido y de los muchos trabajos y aflicciones que con este motivo padecía. Y cuando vió al Padre condolido de su triste situación, creyó buena coyuntura para manifestarle su pasión criminal y el veneno que tenía escondido en su pecho. En tan gran con flicto, para el que no estaba prevenido, juzgando que no era conveniente hacer como el Patriarca José, huir dejando su manto en manos de la adúltera, imploró el divino auxilio, y confiado en él, prorrumpió en palabras tan divinas y fervo rosas, que con ellas, como con agudas saetas vino a herir y traspasar el corazón de aquella impúdica señora, de suerte que reconoció su maldad y acabó pidiendo perdón al P . José. SU MUERTE.— Su muerte fué la de un santo. Sobreví nole la última enfermedad siendo Guardián del convento de Zaragoza, y 110 cabe duda de que tuvo noticia de su muerte y del modo de ella. Apenas enfermó, pidió con grandes ins— 116 —
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