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sus hábitos, empezaron a imitar a su maestro y a azotarse despiadadamente, diciendo: liNo, Padre, no son tus pecados, sino los nuestros los que nos han traído a esta tentación. Gra cias sean dadas a Dios porque con tus azotes has hecho huir a nuestro infernal enemigo. Estamos dispuestos a morir antes que dejar este santo hábito.” Y como lo dijeron lo cumplieron, pues los cuatro novicios perseveraron en la Orden hasta la muerte. iLa presencia de Dios era en este su siervo continua, tenien do especial gracia de hablar altísimamente de la divina bondad. Gozaba también del don de lágrimas, especialmente en la ora ción y durante la celebración del santo sacrificio de la Misa. Según manifestó a su confesor" poco antes de su muerte, ce lebrando cierto día la Misa de la Virgen, se sintió inundado de extraordinario júbilo interior, precursor' de unos resplan dores que iluminaban todo el altar, y enseguida vió a Dios y oyó que le decía: “Yo te prometo la vida eterna.” Preguntóle el confesor cómo pudo ver a Dios. No digo, respondió, que le he visto en su propia esencia como los bienaventurados, sino por modo de una locución interior'. No muchos días después, diciendo Misa en el misino altar, tuvo idéntica visión y oyó una vez que le dijo dos veces: “ Yo te basto, Yo te basto”, con lo cual quedó su alma tan consolada que 110 hallaba pa labras para poderlo expresar. Su caridad fué eximia y revelábase principalmente con los enfermos, y de un modo especial con los pobres, acos tumbrando llevar consigo pedazos de pan cuando salía del convento, para remediar' sus necesidades. Y si alguna vez en contraba guardados en el convento dulces para enfermos, los tomaba, iba al hospital y los distribuía entre ellos con gran afecto de compasión y caridad. Esta caridad nacía de su es píritu de fe, el cual era tan vivo en él, que le hacía ver en todos los pobres a Dios Nuestro Señor, y que la limosna que a aquéllos se hacía, subía al cielo. Sabido es que nuestros an tiguos Padres no recibían estipendio alguno en aquel tiem po como paga de sermones, ni en metálico, ni en especie, pe ro un día, después de haber predicado fuera del convento, — 115 U- -
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