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conventos y desde ellos a las de personas seglares a que le lla­ maba la obligación, era tan sin perjuicio de su interior reco­ gimiento, como si fuesen yermos las poblaciones. Había alcan­ zado tal mortificación de sentido, que veía sin mirar; oía, sin atender; reconcentrado siempre en sí mismo y sin perder ja ­ más la divina presencia de que gozaba con hábito constante su corazón. Aunque esto sucedía como hemos dicho, receloso siempre el siervo de Dios de que se distraía en las precisas ex­ terioridades del oficio que le ocupaban parte del día, gastaba la mayor parte de la noche en el ejercicio de la oración, preciso a quien gobierna si ha de gobernar con utilidad ajena y sin riesgo propio. Acabó su gobierno y con él también acabaron su recelo pro­ pio y consuelo^ ajeno, quedando toda la provincia como huér­ fana por la falta de Padre tal. Nunca Fray Pedro estuvo más gozoso que cuando, acabado el Provincialato en que padecía a la verdad violencia, se halló libre en el centro de una vida particular. No volvió en ella a los ejercicios antecedentes por­ que no los había dejado: volvió, empero, a la mayor oportu­ nidad de asistir a ellos. Llenábase de gozo considerando que podía aplicar entero el tiempo y el cuidado hacia su bien es­ piritual sin tener precisas ocupaciones en que partirle. Des­ pués de todo el cor'o, después de haber acudido a la enfermería y ejercitádose en hacer las camas, en limpiar los vasos in­ mundos, en barrer las celdss, se restituía a la suya, no con la obligación de responder a carias, de satisfacer a quejas, de ocu- rrií a inconvenientes, de suavizarse a desconsuelos, que es lo que de ordinario embaraza y molesta a los Provinciales, sino con la santa y deleitable libertad de dedicarse al gustoso es­ tudio de alguna de las cuatro Teologías, escolástica, mística, expositiva y moral, todas tan propias de su profesión y tan fáciles a su aventajada capacidad. Predicaba con vehemente espíritu y elocuencia, reprendía con apostólico rigor los vicios y más, los de escandalosa publi­ cidad, y en fin, eran sus voces rayos que atemorizaban y he­ rían en los pechos más obstinados. Los sujetos más nobles, si eran destemplados, hallaban en él por estimaciones correccio- — 107 —

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