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in domum Domini ibimus. De aquí tomó el P. Fray Lorenzo el punto, haciendo castañetas con los dedos y con una alegría y gozo tan particular, dijo tantas cosas de Dios y de su glo­ ria. estimando y agradeciendo mucho la merced que le hacia su Divina Majestad en llamarle, que de consolación de ver lo que tenía Dios depositado en él, reventando en lágrimas, me hube de salir de la celda (aunque hice lo que pude< por 110 sa­ lir' por ver en qué pararía), me duró gran rato sin poderme contener, porque me parecía era todo aquello prendas y arras de la gloria y felicidad eterna en el dicho Padre. Después que volví a su celda, me pidió le diese una lámina que tenía junto a sí, en que estaba la Virgen con el Niño Jesús, y tomada en sus manos, los coloquios que tuvo con ella y con el Niño no se pueden decir. Pero cuando vi que entre tantos actos de amor y contrición, mezclaba muchos de profundísima humildad, diciendo que era muy grande pecador, ingrato y otros seme­ jantes, con particular emoción que tuve le quise probar a ver cómo sentía aquello que decía, y le dije: Padre Fray Lor'enzo, consuélese mucho y dé muchas gracias a Dios Nuestro Señor por la merced que le ha hecho en cuarenta V cinco o más años de religión de una continuada penitencia y servicio de Dios: b,ien puede dejar- ese nombre de pecador y las tiene aparejadas muchas coronas de gloria, que eso y más se puede esperar de su infinita bondad. Oyéndome estas palabras con una seve­ ridad muy grande, me reprendió diciendo: No me diga eso, que ya veo cuán bueno es Dios, pero yo soy un vilísimo e in­ grato pecador, v otras cosas semejantes, en que eché de ver, cuán arraigado tenía en su corazón ese conocimiento de pe­ cador, y si así lo decía de boca, más lo decía de cora­ zón, y era esto el mismo día que murió. Ese mismo día, a las ocho de la tarde o nueve, estando ya rendido el cuerpo, tan­ to que ya no podía sustentar la imagen de la Virgen y el Ni­ ño en las manos, me dijo muchísimas veces, movido de ver que tanto tiempo le había asistido, que me fuese a descansar. Y después de haberse reconciliado, que lo hacía muy a me­ nudo, me dijo otra vez si le quería consolar, me fuese, quo presto moriría. Y así me fui, y al cabo de tres horas, según — 102 —

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