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-nuestro convento de Lérida. Aquí fue visto una vez que al sa­ lir de la oración de completas, estaña ton transportado y que ¡esplandecía su rostro con tal claridad, que parecía echaba rayos de luz. El religioso que mereció ver esta claridad de sn . rostro íué el P. Pablo de Sarria, que después fué Provincial, el cual confiesa que su alma quedó edificada y que siempre que se acordaba de ello, le parecía recibir nuevos alientos para servir a Dios. Pero más singular íué otro exceso mental de que fué ocu­ pado en nuestro convento de Perpiñán. Celebrábase en aque­ lla iglesia la fiesta del glorioso San Antonio de Padua, y para mayor solemnidad estaba expuesto el Santísimo y había en el presbiterio algunos músicos que tañían sus instrumentos. Se hallaba en este tiempo nuestro P. Lorenzo en el coro ha­ ciendo oración y al oír aquella música fué transportado de un espíritu tan fervoroso, que como fuera de sí, se levantó de su lugar y se puso a danzar de modo que parecía no toca­ ba de pies en el suelo, quedando admirados cuantos vieron una demostración no menos devota que extraordinaria. Ni fueron estos solos los arrobamientos con que el siervo de Dios quedaba enajenado y como fuera de sí, antes le eran tan familiares, que parece no podía desprenderse de ellos. Fué una vez cierto religioso a llamarle a su celda para decir Misa, y lo oyó decir tales palabras que parecía que despertaba de un pro­ fundísimo sueño, o que volvía de algún arrobamiento. En otra ocasión, hizo un largo viaje con otro religioso, y puesto en el camino habló de Dios con tanto fervor y espíritu, que parecía andar sin que los pies tocasen en la tierra, y esto con tanta prisa que el compañero con dificultad podía seguirle. Aun en el comer y en otras acciones se dejaba ver tan absorto en el espíritu, que parecía no acertaba a lo que debía hacer. Tanta es la eficacia de la oración cuando llega a aquel subli­ me grado, en que el alma queda intimamente unida con Dios. Era este varón santo, devotísimo de la Virgen María Nuestra Señora y de su benditísimo Hijo Jesús, en cuyos soberanos objetos hallaba todo su consuelo y todas sus delicias, y me­ diante sus gracias llegaba a concebir aquellos incendios de - 98 -

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