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CINCUENTA AÑOS DE VIDA 35 emplazamiento. De todo dieron cuenta al P. Llevaneras, a su vuelta de Carolinas, quien tomó con calor el asunto. En realidad parece que é! mismo había lanzado la idea tiempo atrás. El motivo, pues, del traslado de la Escuela Seráfica de Montehano a Navarra no fue otro, a lo que parece, que la necesidad de contar con vocaciones y limosnas más abundantes para un centro tan importan te de formación. Trámites El mismo fray Bernardo de Zugarramurdi refiere los pasos que tu vo que dar hasta lograr el emplazamiento definitivo del Colegio. En julio de 1.887 vino de Montehano como limosnero; en Arraiz, el señor párroco trató de disuadirle de emprender él, simple hermano lego, se mejante empresa; pero fray Bernardo no se arredró. A su llegada a Lecároz, entrevistóse con don Joaquín Plaza, que tenía, a la sazón, un hijo en Montehano, el primero de los tres que había de tener y que, más tarde, ingresarían en la Orden capuchina. De ellos vive aún el muy R. P. José de Lecároz. Juntos recorrieron los lugares más a propósito para la fundación, y, por fin, convinieron en el sitio. Al comenzar a averiguar los propie tarios del terreno, uno de ellos, don Martín Miguel Irigoyen, amo de Caracochea, se ofreció espontáneamente a darles un terreno de su pro piedad para que hicieran de él lo que les pareciera. Aceptó fray Ber nardo, diciéndole que Dios le premiaría “ El me contestó—sigue refi riendo el Hermano—que tenía puesta en Dios toda su confianza. Le contesté que no sería confundido. Y, no estando conforme en que es tuviera separado el terreno” (parece que eran varias piezas), le indicó el actual emplazamiento. “ Hecho esto—prosigue— , me fui a ciertas per sonas y aquella misma tarde me ofrecieron seis mil duros. Les enco mendé a todos que no dijeran, y me hice esta pregunta: ¿Qué día es hoy? Nuestra Señora del Carmen. Y me vino una seguridad de que se haría el Convento” . La dificultad de estar en diversos sitios los terrenos cedidos o com prados se orilló por medio de intercambios con otros terrenos y así se consiguió lo que se intentaba, pudiendo de este modo formar en un so lo terreno los edificios, la huerta y los campos de recreo para los fu turos colegiales. Aún quedaron otros terrenos apartados, pero el ob jeto principal estaba conseguido. Dificultades no faltaron, como en toda obra de Dios. La primera con que tropezó el P. Joaquín de Llevaneras fué la negativa de los De finidores de la Provincia de España para esta nueva fundación, debida a que el Definitorio no se consideraba con poderes suficientes para vo tar gastos tan cuantiosos como los que habían de hacerse. Pero, con seguida la debida autorización de Roma, se aprobó el proyecto, sobre todo por el apoyo decidido del M. R. P. Bernardo de Artica, a quien con
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