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24 FECUNDA PAfiENS con los enfermos del barrio, poniéndose a disposición de todos tanto de noche como de día. . - Pero ha habido ocasiones en que los religiosos de Pamplona han dado notables ejemplos de caridad heroica con los apestados. En ju­ lio de 1885, cuando el cólera que asoló muchas poblaciones de Europa, hizo su aparición en Navarra, el P. Guardián de los capuchinos ofre­ ció al Ayuntamiento de Pamplona los servicios de la comunidad para el caso de que la epidemia invadiera la ciudad; el Ayuntamiento acep­ tó agradecido el ofrecimiento, que no tardó en ser necesario; por su parte el Obispo de la diócesis acudió también a los capuchinos pidien­ do ayuda para la asistencia espiritual de los apestados. En agradeci­ miento a los servicios prestados en aquella fecha, más tarde el gober­ nador eclesiástico de la diócesis, don Antonio Pueyo, obsequió a !a biblioteca del convento con los cinco tomos de la edición de las obras del P. Alvarez de Paz, lujosamente encuadernados. Más heroica fué la caridad desplegada por los religiosos durante la famosa gripe de 1918. Desde el principio de la epidemia los Padres se prodigaron en la ciudad y en los pueblos asistiendo a los atacados; en el mes de septiembre acudió el P. Celestino de Añorbe en auxilio de los sacerdotes de Artajona, donde hacía estragos la gripe; el p ri­ mer pueblo que acudió a los capuchinos pidiendo enfermeros fué Iz- cue, y le fueron enviados los hermanos fray Simón de Villanueva y fray Mauricio de Ujué; después los pidió Ibero, a donde acudió fray Epifanio de Eriete; a Iroz fueron fray José Ramón de Leaburu, fray Pedro Joaquín de Echarri y fray Urbano de Olio; a Ansoain, fray Sa­ turnino de Imbuluzqueta; a Arazuri los Padres Gumersindo de Estella y Daniel de Larráinzar, el primero de los cuales hizo de Párroco en el pueblo; otros religiosos ejercitaron la caridad en las proximidades del convento; buen número de Padres salieron a sustituir a los Pá­ rrocos enfermos o fallecidos. En el mes de octubre tocó la vez a la comunidad, que hasta en­ tonces había quedado inmune con gran admiración de la gente; por especial providencia de Dios no hubo víctima ninguna, si bien el nú­ mero de religiosos enfermos subió algún día a cuarenta. El 27 de oc­ tubre se cantó una Misa en acción de gracias por la desaparición del flagelo eu el barrio. Pero a la noticia de que por aquellos días la gri­ pe se cebaba de un modo alarmante en la comunidad de Fuenterrabía, partieron para aquel convento cuatro Hermanos de Pamplona; otros cuatro hubieron de desplazarse cuando en enero del año siguiente se declaró la epidemia en el Colegio de Lecároz. El 30 de noviembre una comisión del pueblo de Izcue, presidida por el Párroco y el Alcalde, se presentó en el convento a dar gracias en nombre del vecindario y a entregar veinticinco robos de trigo como limosna; cuatro días después, el día de santa Bárbara, el pueblo en­ tero recibía al predicador de la fiesta con cohetes, bandeo de campa­ nas y vivas entusiastas, como un homenaje al hábito capuchino.

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