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270 FECUNDA PARENS el P. Julián y donde tanto trabajaron también los Padres Eduardo y Leonardo hasta lograr, como en ninguna otra, los cien bautismos de adultos al año, caía de lleno bajo la acción demoledora de los comunis tas, que la fueron descristianizando lentamente por el terror y la as tucia. Sin embargo más que todo esto iba preocupando la situación eco nómica, que obligaba a los superiores a restringir los gastos, cerrando escuelas, catecumenados y dispensarios, despidiendo al doctor Mei, que tal vez hubiera salvado la vida a fray Conrado de Salinas, fallecido el 2 de enero de 1936, luego de marcharse aquél. En 1935 llegó la ayuda de otro sacerdote indígena del Vicariato de los Padres franciscanos holandeses de Luanfu, don Antonio Wang, cu yos servicios en Pingliang serían muy apreciados. El año de 1936 A pesar de las estrecheces económicas y de los comunistas, entra ban en ese año los misioneros llenos de esperanzas y de optimismo. El gobierno central había retirado de la misión las tropas mahometa nas, sustituyéndolas por un poderoso ejército, bien equipado, a las ór denes de Tchangxioling, el que en 1931 había perdido Manchuria. Con ello la seguridad aumentó. Y hasta el protestantismo recibió un rudo golpe, muy providencial para los nuestros. En los primeros años los protestantes parecían dueños del terreno; tenían más residencias que los católicos y más obras de be neficencia; el pastor de Pingliang, sobre todo, era popularísimo en toda la región; joven de treinta años, había nacido en la misma ciudad y era hijo de otro pastor que había trabajado allí durante cincuenta años Su dominio de la lengua por un lado y por otro el haber recibido del Comité Internacional pro Hambrientos la administración del dinero co rrespondiente a aquella zona, fueron dos medios que explotó admirable mente para su propaganda, que parecía humanamente imposible con trarrestar. Pero un hecho imprevisto y a la vez trágico hizo desaparecer de la escena a tan poderoso rival cargado de desprestigio. Dedicado de lleno al comercio, admitió en su casa cierto dia a un japonés, cuyos pa sos seguía de cerca la policía, y no contento con eso lo llevó en su coche al día siguiente camino de Sianfu, llevando mucho oro consigo. Pero antes de llegar a dicha ciudad, .fué asaltado por soldados, y ya no se se supo más ni del coche ni de sus ocupantes. Esto, y la facilidad con que los pastores protestantes abandonan sus misiones al menor asomo de peligro, fué minando poco a poco su prestigio. Sin embargo, nunca perseguían a nuestros misioneros y aun los alababan ante sus cristianos. Sólo el de Sifeng llegó a predicar en público contra ellos; pero desde que fué sanado de una herida en nuestro dispensario, se convirtió en amigo de la misión. De origen sueco, aunque llegados todos de Norte américa, contaban con adelantos que los nuestros carecían. Había motivos, con todo, para estar optimistas. En estas circuns-
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