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CINCUENTA AÑOS DE VIDA 245 la Orden contaba 244 alumnos, y eran .atendidos en escuelas públicas en el orden religioso 808 niños y niñas. Los bautismos llegaron a 2.430 de párvulos y 157 de adultos, y finalmente las comuniones subieron a 202.796. Difuntos en ei seno de la Iglesia, 611. Y si tenemos ementa jeon la progresión ininterrumpida de la Archicofradía de Lourdes, podemos afirmar que nuestra misión filipina estaba en vías de gran prosperidad; así lo expresaba el M. R. P. Félix de Igúzquiza en las pocas cartas que en aquellos atormentados años pudieron llegar a los Superiores Provin­ ciales. Cuando la paz victoriosa reinó en España en 1939, el M'. R. P. Pro­ vincial, Ignacio de Pamplona, proyectó en seguida el envío de una ex­ pedición misionera a China y algunos Padres más a Manila; en una en- trévista personal con el Rvdmo. P. General proyectó hacer una visita al archipiélago, pero todo fué de nuevo entorpecido por el estallido de la segunda guerra mundial en momentos en que el M. R. P. Florencio de Lezáun, Sup. Reg., escribía con optimismo alentador cartas que se con­ servan, en las que aseguraba que la ocupación fulminante japonesa, en su primer embate por el Pacífico, no parecía amenazar poco ni mucho a la vida y apostolado de los misioneros. Cuando la eficaz y poderosa reacción americana acorraló por mar y tierra al ejército japonés ocu­ pante de Manila, éste fué forzado a la rendición incondicional. Entonces se produjo lo inesperado; pocos días antes, en febrero de 1945, ej mando supremo del Japón publicó una Orden Militar, asegurando que las tropas protegerían la ciudad; nadie sospechaba que tratasen de defenderla ante la superioridad abrumadora de la escuadra y aviación americanas; to­ dos esperaban ansiosos la hora de una fácil liberación; el Superior Re­ gular dispuso meses antes que los religiosos ancianos se retiraran a Pangasinán; él, con el resto de jóvenes animosos, hechas buenas provi­ siones para bastante tiempo, calculaban el día del triunfo de Mac Ar- thur, generalísimo .americano, cuyas tropas avanzaban triunfantes por el Pacífico. Pero entonces se produjo la horrible tragedia provocada por la orden dada a los soldados japoneses de morir matando y prender fue­ go a Manila, después de saquearla. Nuestros misioneros de la Casa Cen­ tral se quedaron en ella, pero fueron violentamente requeridos a aban­ donarla. Fueron metidos en el refugio con algunas decenas más de españo­ les, religiosos y seglares; los soldados japoneses acometieron la entrada con bombas de mano, sembrando la muerte en toda la masa humana; y cerrándola después con tapia, dejando a todos morir allí desangrados, por hambre y por asfixia. Así murieron el Padre Superior Regular, Florencio de Lezáun, el P. Félix de Igúzquiza, primer asistente y el P. Ladislao de Rusturia; y los hermanos fr. Valentín de Azcoitia, fr. Ignacio de Vidania y fr. El- ceario de Sarasate. Y, lo que nadie sospechaba, en Singalong, poco antes de la recupe­ ración por el ejército americano, fueron vilmente asesinados por los ja­ poneses, los tres Padres de la casa parroquia, Raimundo de Labiano,

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