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CINCUENTA AÑOS DE VIDA 241 ral de Tabacos de Filipinas. La población circundante ha alcanzado unos 12.000 habitantes (en casas en gran parte propiedad de la Compañía;, en la vasta zona de explotación. La jurisdicción parroquial estaba seña­ lada por el Sr. Arzobispo de Manila; él era quien nombraba los Párro­ cos presentados por la Compañía, siempre Capuchinos, a quienes la so­ ciedad consigna una pensión anual para gastos del templo y obras pa­ rroquiales. La última estadística arroja 30 casamientos; 774 bautismos y 8.56o comuniones. Los Padres atienden a la escuela elemental de 13o niños, y otra de 142 niños, dando lecciones diarias de catecismo, con ab­ soluta libertad de acción en ellas; y las primeras Comuniones ascienden en el último año a 37o, fruto de la catequesis de 3.ooo niños y niñas. Al presente esta Residencia-Parroquia está enclavada en la nueva diócesis de Panpanga, gobernada por nuestro venerable y antiguo amigo el Ex­ celentísimo Sr. Guerrero. Expansión misionera Si quisiéramos singularizar la tarea apostólica de cada uno de nues­ tros misioneros, no sabríamos cómo elegir entre ellos, puesto que todos trabajaron bien, muy abnegadamente, siguiendo las indicaciones de los Superiores Regulares que desde 1915 se renovaron cada 3 años. Digamos en general que tuvieron que vencer resistencias grandes, por el ambien­ te de malicia y de incredulidad creado en Manila y sus suburbios; a ve­ ces por la desconfianza del clero indígena y siempre por la necesidad de invertir mucho dinero en reparaciones y en socorros a los pobres. La vida de nuestos Párrocos de Filipinas no puede ofrecer relieves escéni­ cos, puesto que, por su propia índole, se desarrolla en la vida familiar cotidiana y con dedicación total de sus fuerzas e iniciativas, muy pocas veces aplaudidas. De la madre Provincia continuaron llegando aportaciones de perso­ nal; desde 192o a 193o envió siete sacerdotes y cuatro hermanos legos, conforme a las indicaciones de los Superiores de la Misión. Así llegó el año 1929, en el que la acción evangelizadora de los nues­ tros se extendió fuera de los límites de la Archidiócesis, a la Diócesis de Lingayen, cuyo Obispo, el venerable don César Guerrero, no cesaba de suplicar a los Superiores de Manila que le enviaran algunos Capuchi­ nos a las parroquias más pobres y abandonadas de Pangasinán, entre cu­ yos feligreses había hecho estragos el cisma aglipayano, a favor de la ignorancia de la gente y de no tener sacerdote católico que los atendiese. Pudo complacer por fin al santo Prelado el Superior Regular M. R. Pa­ dre Joaquín de Inza, vencido por las instancias, fervorosas también, del malogrado Padre misionero Cesario de Legaría, que conocía muy bien la miseria moral que el Sr. Guerrero trataba de remediar. Este animoso Padre, y con él el R. P. Fernando de Erasun y poco después el R. P. Pedro de Muniain, emprendieron la tarea, fiados de Dios, en las tres Parroquias primeras que se les entregó, y fueron Buga- 11&n, Labrador y Sual; la primera con 4.ooo habitantes, la segunda con w

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