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238 FECUNDA PARENS Entre tanto, los Padres, ya en posesión de este esencial requisito, se dedicaron a enseñar los idiomas susodichos a los misioneros que llega­ ban a Flipinas, lo cual ocupaba tiempo y psrsonal muy necesarios para el ministerio de las parroquias regentadas, que cuando nuestra Provin­ cia se hizo cargo de la custodia de Filipinas eran tan sólo las tres de la ciudad. Desde muy al principio de 1915 se notó la complicación no pequeña que consigo traía tener que vivir los Padres-Párrocos casi aislados de la casa central en la vida ordinaria religiosa, con el consiguiente manejo de dinero, expuestos a no pocas irregularidades en relación con la Santa Pobreza profesada. Es muy interesante la relación anual de 1918, fechada en Manila el 18 de junio por el M. R. P' Custodio, Ricardo de Torres, quien minucio­ samente expone la vidriosa situación ya creada, que disminuía la efica­ cia de su influencia jerárquica por causa de la vida parroquial, que él trataba de ajustar a Ja vida capuchina en cuanto atañe a la disciplina regular y vida de austeridad. En 1921, su sucesor, el M. R. P. Vicente de Pamplona, creyó poder remediar tanto inconveniente, poniendo en cada residencia parroquial, por lo menos dos sacerdotes y un hermano lego; así lo comunicaba al M. R. Definitorio Provincial; e indudablemente que se consiguió encau­ zar el ministerio y la vida económica con un criterio muy franciscano del que sin dificultad participaban los misioneros, entregados de lleno a sus funciones pastorales y a extender e intensificar en todas ocasiones la vida de piedad en un mundo tan frívolo por una parte, y por otra tan ignorante del sentido sobrenatural de la piedad en ellos. Trabajo intensivo Desde la Península, la madre Provincia no perdonaba sacrificio pa- • ra dotar del personal, sin interrupción reclamado desde Filipinas, con el fin de intensificar nuestro apostolado. Entre 1915 y 1920 llegaron a Ma­ nila catorce sacerdotes y seis hermanos legos, muy bien íecibidos y ocu­ pados en las cuatro residencias, tres de ellas parroquiales, como queda dicho. Y éste es a mi juicio el lugar de detallar la labor que en cada una de ellas se hizo desde el principio y que, sin cambiar de aspecto, ha ad­ quirido progresivo aumento hasta el presente, venciendo dificultades de todo género. La casa central fué siempre residencia de los Superiores de la Mi­ sión, ccn una pequeña comunidad de seis sacerdotes y tres hermanos le­ gos. En ella se reunían todos los meses los Padres de los suburbios para las conferencias de moral y regla, y cada año para los santos] ejercicios. Se consiguió establecér la perfecta vida común y de piedad, y a ella acu­ dían los enfermos de otras residencias y los del Vicariato de Guam, para reponer su salud. El trabajo ministerial, concentrado en el espléndido culto a la Virgen de Lourdes, irradió desde el principio en obras de celo muy variadas. A contar de 1918, las comuniones administradas en el templo de la Virgen de Lourdes anualmente pasaban de 50.000, lo. cual

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