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23 . 4 . FECUNDA PARENS España las Islas Carolinas y Palaos, dió por resultado el mejor derecho de Espada a su plena y tradicional posesión,, y como consecuencia el envío de nuevos misioneros españoles que continuaran la evangeliza ciór. de los indígenas. El Rvdmo. P. Joaquín de Llev añeras, Comisario General de los Capuchinos en España, no titubeó en aceptar el compromiso, muy grave por la penuria de personal de sacerdotes en aquellos primeros años de la restauración de la Orden en la Península; y al efecto, preparó la primera expedición de misioneros que se hizo a la mar en el vapor “ Isla Panay” en abril de 1886; en aquella expedición figuraban ya cua­ tro misioneros sacerdotes vasco-navarros, los RR. PP. Saturnino de Ar- tajona, Alfonso de Morentin, Daniel de Arbácegui y Gregorio de Pe­ ralta, súbditos entonces del Rvdmo. P. Comisario General. Cuando en 1890 se formaron las tres Provincias capuchinas de España, el Rvdmo. P. Joaquín cesó en su cargo de Comisario General, pero quedó al fren­ te de un distrito independíente, llamado “ Nullius’-, con sede en Madrid, a manera de un Comisariato de misiones de ultramar, y para tratar con el Supiemo Gobierno de la nación los asuntos de las Provincias y de sus misiones en posesiones españolas. Ya antes, en 1887, el P. Llevaneras había hecho una visita perso­ nal a Manila y Carolinas, que le persuadió del ingente compromiso que había adquirido y de la necesidad de establecer en Manila una| Casa- resider.cia central para poder atender con prontitud a los misioneros de las islas, tal como la tenían todas las antiguas misiones de las demás Ordenes religiosas del Archipiélago. Dejó al efecto en la capital al M. R. P. Berardo de Cieza y a los hermanos legos fr. Justo de Eraul y fr. Josí- de Irañeta que le habían acompañado en su viaje de Visita. Los primeros Capuchinos llegados a Manila fueron hospedados muy fraternalmente en el gran convento de Menores Observantes, hasta que alquilaron una pequeña casa en el barrio San Miguel, y muy poco des­ pués el padre Cieza ya pudo adquirir una hermosa casa y solar de la calle de la muralla, num. 8, para la instalación definitiva de la> peque­ ña comunidad. No fue. muy fácil conseguir que el Excmo. Sr. Arzobispo, don Ber- nardino Nozaleda, O. P., otorgara el necesario permiso para La erección canónica le una Comunidad de Capuchinos, intramuros de Manila; pero la paciente actividad del P. Berardo de Cieza acabó por romper la resis­ tencia y consiguió que se hiciera la consulta del caso a las demás Casas Religicsas y Cabildos y aun a los Sres. Obispos sufragáneos; consulta de resultado sumantenlt halagador y que movió al Prelado a elevar ins­ tancia ante la autoridad militar, representada entonces por el Sr. Ca­ pitán General, don Valeriano Weyler; el cual, el 18 de agosto de 1888. elevó la petición, con informe favorabilísimo, al Sr. Ministro de ultra- mar en Madrid, en cuyo departamento se expidió el 24 de junio de 1890 el decreto,, autorizando la instalación legal de los PP. Capuchinos en Filipinas, declarados “ Misioneros al igual que los antiguos, con todos sus derechos y obligaciones” .

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