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CINCUENTA AÑOS DE VIDA La-rielad con que la Provincia proveyó constantemente a la Custodia, gracias a lo cual los nuestros pudieron reanudar con gloria y (cuadru­ plicar las campañas misionales entre rotos y huasos chilenos de los in­ mensos fundos que habían evangelizado los Padres italianos en sus buenos tiempos. Quizás podría pensarse que la misión chilena no se diferencia mu­ cho de la que nuestros Padres pueden ejercitar y ejercitan en nuestras provincias de Navarra y Aragón, o en toda España. Pero es oportuno notar que la República andina, poblada por unos cuatro millones de ha­ bitantes, ocupa una extensión casi doble que la Península (Ibérica, don­ de la inmensa mayoría de las parroquias tienen un solo párroco, para muchos millares de fieles, esparcidos en fundos y caseríos separados por decenas de kilómetros de la acción parroquial. Si no fuera por los mi­ sioneros que periódicamente recorren esos campos inmensos, estarían totalmente desprovistos de auxilios religiosos. Lo cual hace que los mi­ sioneros se encuentren casi siempre con niños sin bautizar, matrimonios irregulares, ignorancia crasa en religión, y el ansia de los pobres cris­ tianos que cada cir.co o diez años pueden confesar y comulgar acudien-» do a las misiones cié ios fundos desde cuatro o seis leguas. Así se e x ­ plica el empeño de los obispos diocesanos por' tener a su alcance misio­ neros abundantes que remedien tanta necesidad. A ello acudió luego el P. Custodio, formalizando la planeada fundación de un nuevo con ­ vento en la ciudad costera de Constitución, donde el celoso y anciano párroco don Manuel Albornoz había ya antes ofrecido casa y propiedad suya al Obispado de Constitución para que se establecieran los Capu­ chinos españoles. Se levantó el convento y la hermosa iglesia y comen­ zó fructuosísimo apostolado desde 1907. Vale decir lo propio de nuestra misión de Argentina, visiblemente bendecida por la Sma. Virgen de Pompeya. La misma excelsa Reina quiso bendecir la ingrata labor aceptada en su Santuario por nuestra Provincia en 1901, otorgando una gracia casi prodigiosa a una joven distinguida de la capital, llamada María Luisa Calviño, muy devota de Pompeya, donde pidió y obtuvo la curación de penosa y larga enferme­ dad. Muy agradecida ella, cumplió su promesa de organizar una gran peregrinación al Santuario, que se llevó a efecto con inusitado esplen­ dor el día 4 de julio de 1902. El Sr. Arzobispo, D. Antonio Espinosa, acudió gustoso a la invitación que le hizo el R. P. Agustín de Cáseda, presidió la monumental romería de toda la gran urbe del Plata, y con ella se disiparon los prejuicios dolorosos esparcidos por los pasados desaciertos. Pero también marcó aquel acontecimiento el principio de un apostolado fecundísimo sobre las almas de aquel apartado barrio; este resurgimiento impuso a nuestra Provincia la necesidad de enviar allí abundante y muy bien preparado personal que respondiera al mo­ mento decisivo, como lo hizo; y en 1904 el Sr. Arzobispo erigió lá nueva Parroquia de Nueva Pompeya, adjudicándole más de 25.000 habitantes y nombrando su primer Cura Párroco al R. P. Agustín de Cáseda. Y, para que se viera que no trabajábamos en vano en campo tan

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