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CINCUENTA AÑOS DE VIDA 127 3.— Mejoras en la iglesia La iglesia encomendada a los capuchinos data de 1657 y fué cons • truída por los carmelitas que tenían una comunidad en Jaca desde 1597. Las Religiosas Esclavas del Inmaculado Corazón de María habitaban el convento y utilizaban la iglesia desde el año 1886; regentábala el cape llán de la comunidad en calidad de coadjutor de la parroquia. La iglesia del Carmen, al pasar a los capuchinos, ofrecía un aspecto pobrísimo de casi total a'bandono. Sólo había en ella unos pocos bancos antiguos e incómodos; aunque para la gente que entonces frecuentaba la iglesia eran bastantes. Afeaba la iglesia una tribuna que las religio sas habían mandado construir en la capilla próxima a la puerta. Comenzóse por destruir esta dependencia; se limpiaron las paredes, se empapeló el presbiterio, se colocó una artística barandilla en el co mulgatorio, obra de fray Bernardo de Ciriza; se recogieron los pasos de Semana Santa, se hicieron veinte bancos nuevos; en noviembre se inauguraba el altar dedicado a la Virgen Milagrosa, obra también de fray Bernardo; restauróse la capilla del' Santo Cristo, hoy convertida en altar de nuestra Señora de Lourdes; erigióse un altar a esta advoca ción de la Virgen; se reformó la sacristía. De esta forma, mientras los frutos espirituales eran cada día más copiosos y se perfeccionaba el ministerio dentro y fuera de la iglesia, avanzaba también el mejoramiento material. 4.—Días de zozobra. Los capuchinos salen de Jaca En pocas semanas los capuchinos habían conquistado el primer pla no en 1;^ atención de la ciudad; ésta se iba transformando religiosamen te; gentes que nunca habían pisado la iglesia acudían asiduamente a las funciones del Carmen. Tal actividad contrastaba con la apatía e incuria del clero secular; se oía exclamar con frecuencia; — ¡Entre cua tro frailes han hecho en unos meses más que treinta curas en cincuen ta años! Funcionaba una Catequesis con 600 niños. Jaca, ciudad fronteriza, albergaba en su seno elementos envenena dos por doctrinas socialistas y antirreligiosas, que no tardaron en alar marse ante el influjo adquirido por los capuchinos. Los recelos del clero secular por una parte y la campaña antirreli giosa por otra iban a hacer pasar días amargos a nuestros religiosos. El primer aviso estridente fué un anónimo escrito a la comunidad y depositado en Zaragoza para disimular la procedencia; contenía una carta de insultos soeces y de amenazas a los capuchinos y al mismo señor obispo; el autor fingía ser un marxista rabioso, pero el paje del señor obispo insinuó la idea de que podría ser obra de algún miembro del clero. Los capuchinos no se cuidaron de indagar la procedencia. La pequeña comunidad seguía entregada con optimismo confiado a sus ministerios y obras de celo, cuando sobrevino el 12 de diciembre de
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