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RESIDENCIA Y CONVENTO DE ZARAGOZA Pocas iniciativas seguramente ha tenido la Provincia en este medio siglo que lleva d e existencia tan laudables como nuestras fundaciones de Zaragoza. Muchas dificultades hubo que vencer y mucho tiempo hubo de transcurrir desde aquel helador diez de enero de 1928 en que el M. R. P. Ignacio de Pamplona y fray Severo de Satrústegui pusieron el pie en la ciudad hasta aquel otro veinticinco de julio del año 1944, pró­ digo de sol, en que se inauguró la definitiva iglesia'. Pero las dos fun­ daciones han sido fecundas en resultados y prometedoras como ninguna otra de grandes frutos de esperanza. Era muy natural que, estando nuestra Provincia bajo la protección de la Virgen del Pilar, aspirase desde sus comienzos a asentar muy cer ca de su trono en la ciudad de Zaragoza; acuciaba además la responsa­ bilidad de hacer retoñar aquella ilustre Provincia de Aragón que dió a nuestra Orden días de esplendor. En esta breve reseña trataremos solamente de exponer los hechos, no de interpretarlos, a base de documentos escritos; si los que vieron la fundación advierten errores u omisiones, ellos podrán subsanarlos El teatro de operaciones. Si Madrid, en la expresión gráfica de su señor Obispo, tiene la co­ rona de espinas de sus barrios, lo mismo en menor escala cabe decir de Zaragoza. Cuatro barriadas, hundidas en la miseria económica y ente­ ramente frías en cuestiones religiosas, tienen crucificada la ciudad del Pilar: nuestro barrio de Torrero al sur, con sus 18.000 almas; en el ex­ tremo opuesto, los barrios de Jesús y del Arrabal, de parecida estruc-

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