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78 FECUNDA PARENS te fué éste a juntarse con su compañero en el cañar y allí se estuvo hasta el día 31. Dos niños de la torre del Pino les llevaban, la comida con no pequeño riesgo, simulando que estaban cogiendo hierba. Por falta de guía no se atrevieron a emprender antes la fuga. A las 11 de la noche del día 31 fué a encontrarlos Antonio Mallor, el casero de la torre del Pino que había salido en defensa de fray Egidio, puesto ya en libertad, y les refirió el triste fin del corista; les aconsejó que hu­ yesen lo antes posible, porque acabarían por ser hallados. El no se atrevía a acompañarles, por ser sospechoso a los rojos. Entonces fray José fué a buscar al hijo del Zorro; pero al llegar a esta torre le dije­ ron que se fuera en seguidá, porque andaban buscándolo. Entonces decidieron ponerse en camino con la cena que les preparó Mallor y doscientas pesetas que les entregó este mismo buen amigo de los ca­ puchinos. Salieron al empalme de la carretera, donde les había prece­ dido el mismo Mallor con una azada al hombro; así fué caminando a cierta distancia de ellos, silbando para que pudieran seguirle en la os­ curidad; dejaron luego la carretera y por el mismo camino de sus com­ pañeros enderezaron sus pasos hacia Lécera, después de haberse des­ pedido del guía. A las once y media de la mañana llegaban al pueblo, después de quitarse el lazo rojo que hasta entonces habían usado para alejar sospechas. En Lécéra fuéron muy bien tratados por un señor a quien venían recomendados, en cuya casa comieron, sestearon y ce ­ naron, La noche prefirieron pasarla en la posada a fin de no compro­ meter al huésped caso de que llegaran los rojos, cómo se temía; Al día siguiente, sin desayunar, para poder ganar el jubileo de la Porciúncula comulgando en Zaragoza, tomaron el autobús para esta ciudad. Se dirigieron a dar gracias y comulgar en el Pilar. A l dirigirse al convento, se encontraron en el tranvía con los Padres Ruperto de Arizaleta e Isidoro de Iturgoyen. ¿Y fray Joaquín? Lo dejamos pasando la noche del 27 al 28 de ju­ lio con sus buenos amigos de la torre de la Florencia. A la mañana siguiente fué a comulgar al convento. Después volvió a ocultarse; en otra de las torres le vistieron de seglar y lo afeitaron. Quiso marchar a Urrea, pero no le dejaron. Tuvo que pasar dos días y medio en e! desván de la casa contemplando el saqueo y el incendio del convento. A l día tercero llegó la voz de que los rojos iban a hacer un registro de todas las casas, amenazando con fusilar a toda la familia si en al­ guna encontraban escondido algún fraile. Eran las doce del día; fray Joaquín optó por salir a la carretera; al pasar el río topó con un mi­ liciano armado; saludóle con el puño en alto y él le contestó de la misma manera. Fué entonces a ocultarse en unas cuevas del monte; a las nueve de la noche salió del escondite y halló albergue en otra de las torres. Sobraban amigos al popular limosnero. A las dos de la ma­ ñana se puso en camino a través de los campos. Como si no le pesaran sus setenta años rebasados, no paró hasta la Cultia. Aquí descansó hasta la tarde, bien tratado por sus amigos. Después continuó hasta Lécera, de donde en un auto pasó a Belchite. Aquí pasó la noche; y

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