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CINCUENTA AÑOS DE VIDA 75 permanecieron juntos todavía. Entre tanto, sin percatarse ele ellos, muy cerca del convento pasaban en dirección a Híjar los milicianos rojos en camiones. A las seis y media de la tarde vieron cómo ardía en la villa la igle­ sia de San Blas; al poco rato salían llamas también de la parroquia y casi al mismo tiempo las imágenes del Calvario, propiedad de la Or­ den Tercera, ardían'en una enorme hoguera en la plaza. Pronto les lle­ garía a ellos la hora. Cenaron lo que hallaron, sin decidirse todavía a dejar el convento. Unos fueron a dormir a la torre del Zorro y otros & la orilla del río. El día 29, a las cuatro de la mañana, ya estaban de nuevo en el convento; celebraron la Misa a puerta cerrada. Después se cortaron la barba y el cerquillo y se vistieron de seglar, cada cual a su manera. Por orden del P. Guardián, marchó al pueblo para hacer nuevas indagaciones el P. Esteban de Zudaire; le acompañó el corista fray Egidio. Entre tanto, los demás se ocultaban en los alrededores. Hacia las nueve, vieron que los rojos andaban ya dentro del convento bus­ cando a los frailes. Optaron por alejarse. El P. Esteban volvió solo del pueblo hacia las once con malísimas impresiones; se había atrevido a hablar con un grupo de rojos que es­ taban derribando la puerta de la casa de un sacerdote con quien él iba a entrevistarse; preguntóles qué pensaban hacer con los sacerdotes. La respuesta fué: ¡Primero, a la cárcel con todos ellos. Después, los fu­ silaremos! Fray Egidio se había separado de él al entrar en la villa y se fué observando lo que veía, con una falta de prudencia inexplicable. Con­ vencido, por fin, de que nada bueno le podía esperar allí, tomó el ca­ mino del convento para unirse con los demás. A l pasar junto a la torre del Pino, se detuvo a hablar coi) fray José y fray Miguel y otros amigos del convento; el tema de la conversación fué el disfraz; el corista se empeñaba en que nadie podría adivinar en él a ún fraile. Luego siguió adelante. De pronto, oyó fray José gran alboroto; salió al cantiho y vió un grupo caminando despacio hacia donde él estaba; en las primeras filas creyó reconocer a fray Egidio, que, por su actitud y la de los que le rodeaban, parecía ir prisionero; sin más dilación se metió en la torre. Efectivamente, una señora vió desde la ventana có ­ mo lo prendían y se lo 'llevaban hacia Híjar. Fué conducido ante el tribunal popular, que funcionaba en la casa del Ayuntamiento; allí salió su fiador, Antonio Mallor, torrero del Pino, diciendo ante los jueces que aquel joven era un trabajador forastero conocido suyo, que en nada se había metido. Pero alguien hizo obser­ var al tribunal el aispecto fino, las manos cuidadas, ese aire peculiar de los religiosos la primera vez que se disfrazan. Todos se convencieron de que no había tal trabajador; era un fraile, y no hacía falta otro de­ lito. Mallor fué metido en la cárcel y se pidió para él la pena de muer­ te, por el delito de salir en defensa de un fraile. Menos mal que un pa

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