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8 FECUNDA PARENS siempre con honor, son principalmente: el Rvdmo. P. Angel de Villava, el M. R. P. Lucio de Obanos, el M. R. P. Luis de Muru Astráin, el M. R. P. José de Legarda, el M. R. P. Ildefonso de Ciáurriz, el M. R, P. Antonio de Iroz, el Ai. R. P. Pedro de Usún, el M. R. P. Javier de Los Arcos, el M. R. P. Saturnino de Artajona, el M. R. P. Rafael de Pam plona, el M. R. P. Guillermo de Cáseda, el M. R. P. Bernardo de Artica, el M. R. P. Ignacio de Pamplona, el R. P. Ezequiel de Legaría ... A estos hombres es deudora la Provincia de su orientación verdaderamente ca puchina y misionera, Gracias a estos Padres nuestra Provincia creció sobre bases capu chinas, es decir, en la observancia escrupulosa de las sagradas Cons tituciones, en la pobreza y en el trabajo. En aquellos primeros arios el rigor de nuestra Provincia no envidiaba al de los primeros capuchi nos: rigor en las horas de oración, rigor en el Oficio Divino diurno y nocturno, dispensándose con dificultad los Maitines de media noche y rezándose en esos días por la mañana, una hora antes de la señalada para la oración; rigor en el ayuno, cumpliéndose exactamente la ley de la Iglesia en cuanto a la cantidad y calidad, no sirviéndose en la co lación sino un solo plato; rigor en la ley de la clausura y en los viajes, que con grandísima dificultad se permitían sobre todo a los estudian tes; rigor en el manejo del dinero y, en fin, en el vestido, calzado y en el ir a caballo. A la conservación de este espíritu de observancia regular contri buían, además de la costumbre y el buen ejemplo, las continuas con ferencias de los Directores, de Colegio y las de los Padres Guardianes, quienes difícilmente se dispensaban de hacerlas todos los viernes, se gún era la costumbre de la Provincia. ¿Quiere esto decir que fuese todo santidad en la Provincia y que no existieran miserias? No; porque junto a la vida y muerte muy ejem plar de muchos religiosos, hubo que lamentar escenas poco edifican tes: rebeliones, divisiones por motivos políticos, expulsiones y aun apos- tasías de la Orden y de la Iglesia; pero esto en nada cambió la buena marcha inicial. La Provincia siempre luchó contra el mal, y gracias a la pronta y acertada intervención de los superiores, a la educación re cibida y al consejo de Padres graves y fervorosos, todas estas miserias no pasaron de ser lunares pasajeros que no llegaron a alterar el ca mino emprendido hacia los ideales de perfección capuchina. Un hecho citaré que indica la resistencia de nuestros Padres a toda innovación o relajación. Un religioso preguntó en cierta ocasión al P. Ezequiel de Legaría, cuya santidad todos conocemos, por qué se dejaba una barba tan larga cuando ya tantos la recortaban; y el buen Padre le dió esta respuesta: ’’Así lo aprendimos en el santo Noviciado y lo hemos visto practicado por nuestros Padres antiguos” . Y nadie diga que este cri terio, en esta y otras cuestiones religiosas, es criterio simplista, forma do en inteligencias atrasadas, pues a todos consta que ese Padré( y otros, como el P. Luis de Muru Astráin, eran como libros vivientes de
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