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La vida regular en la Provincia Todos buscamos, en este cincuentenario de nuestra Provincia, las joyas que han adornado su frente en los diez lustros de su vida autóno­ ma, Quién cree encontrarlas en su origen verdaderamente providencial; quién en la pronta y heroica fundación de sus conventos; alguno se fija en el personal llamado a dignidades eclesiásticas y religiosas: tres Obis­ pos, tres Definidores Generales; gloria suya son los Comisariatos de Chi­ le y Argentina, las misiones de China y Guam, la de Filipinas, con su corona de mártires, la del Ecuador. Pero sin tratar de suprimir ninguna de estas perlas resplandecientes, hay otra sin la cual todas las demás carecerían de brillo; es la llamada ’’vida regular” , ’’observancia reli­ giosa”, que fué nuestro fundamento y ha dado vida a todo nuestro des­ arrollo. Aparece esta perla preciosa, sobre todas, amable, ante iodo en el origen de nuestra Provincia, después en la fábrica de nuestros con­ ventos y finalmente en la evolución de nuestros estudios. EN EL ORIGEN Procedemos en nuestro origen de la Provincia de Cataluña, con la que vivíamos unidos y en la que ejercíamos nuestros ministerios. No se debió nuestra separación a deseos de reforma, que no era necesaria, sino a esa inclinación natural de los hijos, llegados a mayor de edad, a aban­ donar la casa paterna por creerse suficientes para crear un nuevo hogar y gobernarlo con sus propias iniciativas. En la Provincia de Cataluña tuvimos nuestra cuna, la Escuela Seráfica, el santo Noviciado, parte de nuestros estudios superiores; y allí se nos enseñó, con doctrina y ejem ­ plo, el valor encerrado en una vida de observancia regular. Al separar­ nos rompimos los lazos jurídicos, que tanto tiempo nos mantuvieron uni­ dos, no los naturales de madre e hija; por eso han continuado siempre nuestras relaciones de amistad. Que este desmembramiento era, si no necesario, sí muy conveniente, lo ha demostrado el progreso que siguió en nuestra Provincia desde esa fecha memorable. Se multiplicaron los conventos y el número de religiosos; se organizaron las casas de estu­ dios; se extendió el radio de nuestro apostolado y se evitaron los incon­ venientes del traslado de los religiosos o puntos tan distanciados. Este nuevo nacimiento en nada cambió nuestra vida regular, antes bien la confirmó y aumentó, gracias al espíritu religioso y capuchino de los Pa­ dres que presidieron los destinos de la Provincia en aquellos primeros pasos. Estos Padres, cuyos nombres han de ser bendecidos y recordados

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