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60 P . ANTONIO DE ALCACER a recorrer largas distancias sin cansarse. Lo cierto es que, de ordinario, no puede estarse quieto en su bohío, a no ser que tenga necesidad de fabricarse flechas. Para sus viajes no utiliza ningún medio de locomoción o transporte; los desconoce, además. Siempre, por tierra, viaja a pie; camina a paso ligero, sin correr, sin descansar, sin hablar. Por río, especialmente en épocas de lluvia y sobre todo cuando las aguas están crecidas, emplea las bal– sas, lo cual lo ha venido realizando desde tiempo in– memorial. Dichas balsas están hechas de gruesos tron– cos, unido fuertemente con bejucos sumamente resis– tentes. Encima, para mayor comodidad de los que ha– cen uso de este primitivo transporte, colocan los in– dios musgo y ramas suaves. También, para protegerse del sol, colocan palmas entrecruzadas, que les propor– cionan algo de sombra . Antiguamente, cuando poseían un habitat mucho más extenso que el actual, usaban con mayor frecuenoa de dichas balsas; hoy las em– plean, sobre todo, para pescar. La mujer es la que en los vrn¡es acnrrea los ob– jetos y a los niños pequeños. El hombre se contenta con llevar el arco y las flechas, siempre al acecho de una posible pieza de caza. Si los objetos son livianos, los lleva la mujer en la mano o debajo del brazo; si son más pesados, por ejemplo un racimo de plátanos o una carga de yuca, los sujeta con una fibra del árbol "bakú", se la pasa ésta por la frente y deja el peso so– bre las espaldas. En ocasiones se ve obligada a llevar al tiempo a su pequeñuelo y la comida. Se les ve enton– ces caminar despaciosamente con el racimo de plátano al hombro, en una mano una olla de agua, mientras que con la otra sujeta a su hijo, al paso que su mande le sigue despreocupadamente, mascando "ishiranki". Con ello,~no se vaya a creer que la mujer es tenida co– mo esclava; simplemente se respeta la tradición de la
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