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58 P. ANTONIO DE ALCACER nada exclusivamente al consumo de la misma. Llama la atención ver el poco espíritu de colaboración - diría– mos nosotros- que en esto se observa entre los mo– tilones: puede el vecino morirse de hambre, por caren– cia de alimentos, que el que los posee no le facilitará lo que aquél necesita. La caridad, el altruísmo son vir– tudes desconocidas entre los motilones. Cuando fallece el jefe de la familia , los objetos que él poseía en propiedad, pocos ciertamente, como flechas, hamacas ... quedan bajo la administración de la viuda, hasta que los niños crezcan y puedan usarlos. Los bienes familiares son intransferibles, globalmente . Si el padre de familia poseía un título honorífico o cargo panicular dentro del grupo, no es heredado por ios hijos ni menos por la viuda. Como ia mayor parte de los bienes son de propie– dad común e inalienables, es poca, casi nula, la tran– sacción económica que se realiza entre los motilones. En ocasiones se intercambian flechas, como signo de amistad, por ejemplo, cuando los moradores de un bohío visitan a sus vecinos. Tampoco se da comercio propiamente dicho entre los barí. Hace siglos adqui– rían la sal de sus vecinos a cambio de flechas; hoy día, cuando la necesitan, la sustraen de las haciendas veci– nas. Carecen los motilones de moneda convencional pa– ra adquirir productos o comerciar con otros. Su econo– mía es la de simple adquisición de bienes, tenencia y traspaso de los mismos sin un claro fundamento y sin una base de sostenimiento . De hecho el motilón en el medio ambiente en que vive y dentro de su men– talidad primitiva, no necesita de cosas extrañas; se au– toabastece con lo poco que halla a mano. La única excep– ción sería la sal v, al presente, distintos instrumentos como ollas y mach13tes.

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