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92 P. ANTONIO DE ALCACER muchos pensaron, considerando las cosas a simple vis– ta, que tales individuos carecían por completo de ideas religiosas. Mas no es así. Si bien en forma muy rudi– mentaria, muy en consonancia con su cultura, tienen los barí ciertas nociones de lo sobrenatural, englobando en este concepto todo cuanto escapa a lo tangible, a lo previsible, a lo explicable. Como norma general, admiten h existencia de un prmcipio del bien y otro del mal. Aparentemente po– nen tanto énfasis en éste, en Dabiddú, que cualquiera que no profundizase bien en el tema juzgaría que no reconocen otro ser supremo, extrasensible, causa de los fenóme– nos inexplicables. Mas en el hecho de que admitan la existencia de cosas buenas ultrasensibles, o de fenóme– nos beneficiosos, humanamente inexplicables, demues– tran la existencia del Autor de los mismos, ya que no están originados, según los motilones, por Dabiddú. Sin embargo, no hay que negar que ponen todo su énfasis en el espíritu del mal. Por otro lado, la razón íntima de este proceder es fácilmente comprensible. En efecto, como el espíritu del bien ya realizó sus obras y para nada se mete en la actualidad en la vida del motilón, es lógico que éste no se acuerde de él m le invoque. En cambio, el espíritu del mal es el que sigue operando incesantemente, el que no descansa ni de día ni de no– che. Luego a éste hay que temer, de él hay que huir. Es, pues, por cierto egoísmo por lo que los motilones se acuerdan de Dabiddú y se olvidan de Dios. ¿Qué es para ellos Dabiddú? Es un ser intangible, que anda suelto por fas noches ( de ahí que sea peli– groso el salir del bohío a esas horas ), que se recoge el pelo con una cinta; que causa las muertes, las enfer– medades, la peste ... ; es el que desencadena las tem– pestades, las tormentas, los gra111zos; es el que hace que los ríos se desborden e inunden los campos . En tiem– pos pretéritos creían que dicho espíritu del mal se en– carnaba en el ciervo: "por esta causa -decía Guillén-