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90 P. ANTONIO DE ALCACER do ya no puede más, cortándole o renovándole las ci– catrices, s1 es que materialmente no queda lugar en donde practicar las incisiones. La muerte infantil por disentería es muy frecuente. Puede decirse que más de la mitad de los recién naci– dos no sobreviven los pnmeros meses. La mayoría de los adultos padece de afección ocu– lar, de conjuntivitis crónica, con una supuración cons– tante ele los lagrimales, lo que les ocasiona grandes mo– lestias . Sin duda se debe a su inveterada costumbre de arrancarse las pestañas. Para curarse de dicha enfer– medad, suelen introducirse en la cavidad ocular pun– tiagudas cañas, con las que van extrayendo paciente– mente el pus. En esta operacióú. se demoran a veces hasta horas . S1 bien en ocasiones se alivian momentá– neamente, pues ele lo contrario no estaría tan extendido esta operación, con el tiempo van perdiendo paulatina– mente la vista, hasta quedar tuertos o ciegos por com– pleto. Se han visto casos de leishmaniasis, enfermedad que antes causaba muchas veces la muerte. También se han observado algunos casos de lepra; aislados por cierto, pero sorprendentes, dado el hermetismo de los motilo– nes. No obstante, si se atiende al hecho de que a partir de 1772 y por espacio de medio siglo hubo contacto pacífico del civilizado con los motilones, no nos sorpren– den los casos presentes de lepra. Es frecuente, sobre todo entre los niños, la parasitosis intestinal. Casi todos, niños y adultos, están atacados por los piojos y siguen la costumbre trad1eional en muchos pueblos primitivos de despiojarse unos a otros y comerse luego los piojos . Como los remedios y medicinas de que dispone el motilón son tan escasos y rudimentarios, por no decir inútiles, no es de extrañar el que, en ocasiones, especialmente en casos de contagio general por fiebres

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