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-92- zura, el árbol ele la beneficencia a cuya somb r a descansa alegremente el corazón del justo. La Iglesia ele Nuestra Señora ele Las l\lercecles, que sirven hace algún tiempo, ofrece t ticlos los días nuevos arreos santos y nuevas galas. que le ofrendan esos leales siervos ele Jesús. median– te las maravillas ele la caridad y ele la abnega– ción ele sí mismos. ''Si nos fuera dado profundizar los minis– terios del amor divino, podríamos r en:-lai,- los medi os ele que se valen para vigorizar y r ever– decer las hojas descuidadas o marchitas del cul– to, esos benéficos Capuchinos, dignos miembros ele una ele las Ordenes que hemos conocido para. honra ele la Iglesia y gloria ele Dios. ' 'La mano del Señor se había extencliclo ai– rada y misericordiosa sobre nuestra sociedad.... U na terrible epidemia nos azotaba . .. La cari– dad cristiana, cuya fuerza es irresisti ble . esa. virtud celeste que allana las montañas y contie– ne los huracanes, tomó el primer pues to que le pertenece en todas las calamidades, siendo sus representantes esos humildes Religiosos que lle– vaban ya títulos divinos de su misión consola– dora . . . Vedlos allí, en el lecho ele los enfermos . disputando a la muerte los despojos que ella es– cogía ... pero sometidos en todo a la voluntad del Altísimo". ' 'La sociedad de Caracas-decía el mismo diario-se siente contenta por los pro– gresos realizados en Las Mercedes baj o el régi– men ele los Reverendos Padres Capuchinos, y

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