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j Áy Mudre t nue~tros pecados , rmestrtls falt as y torptzas te llenan de e,as tristezas, y te hacen llorar a&í!... ¡Que manos tan car iñosas! ¡Y cuá ntas y cuánt>JS almas en esas benditas pal mas han consegu ido suh ir de los cielos a la eterna fel iz bienaventuranza, porque toda su espernnza pusieron en Ti al morir! El corazón 1¡0 te veo.,. Mas ya sé que es cá li z de oro, que encierra dentro un tesoro inmenso de caridad. ¡ Dichoso el que a Ti se acoge! ¡Dichoso el que en Ti confía! ¡Dichoso, Virgen María, qu ien se ampara en tu piedad! ¡Que recen por mf"esos labios! ¡Que oiga tu oido mi ruego! ¡Que tu niirar prenda el fuego de tu casto amor en mil Que tu Corazón piadoso cuide d~ mí- con desvelo: y que esas manos al cielo nos lleven, Madre, al morir! J. VILARIÑO J. J. 105 -

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