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CAP. V.-EL GENERALATO DE SAN BUENAVENTURA... 79 predicar y confesar dondequiera sin contar para nada con los ohispos ni con los párrocos. Los obispos franceses se apercibieron para la lucha; hízose intensa propaganda y preparóse una protesta general al Papa para pedir la anulación de la hula. La táctica adoptada por el momento fué aferrarse al canon del IV Concilio de Letrán. que obligaba a los fieles a confesarse una vez al año con su párroco; definióse en una asamhlea de París que en esa confesión anual los fieles tenían que volver a acusarse de todos los pecados absueltos por los frailes. Estos se condujeron con circunspección. dejando de hacer uso de muchos de los privilegios. Honorio IV i 1285-1287). ya que no podía ir más adelante en su entusiasmo por los hijos de San Francisco. confirmó todos los privilegios anteriores y anuló los contratos estipulados por los superiores con el clero secular en perjuicio de la Orden. Desgraciadamente los religiosos acabaron por ceder al favor pontificio y esta altivez exasperó aún más al episcopado francés, que ahora se propuso ganar para su causa a la l:niversidad de París, pero sin resultado; los mendicantes gozaban en ella de gran influencia. Durante la vacante de la Santa Sede a la muerte de Honorio IV, los obispos firmaron un manifiesto contra la bula y lo enviaron a Roma; pero salió elegido el franciscano Jerónimo de Ascoli, ex general de la Orden, con el nombre de l'-iicolás IV 11288-12921. Los obispos no se intimidaron y elevaron a él sus quejas. En 1290, hallándose en París los legados pontificios Ge– rardo de Parma y Benito Gaetani. presidieron una asamblea na– cional del episcopado en que se pidió insistentemente la supresión del privilegio de oír confesiones otorgado a los frailes. Gaetani, futuro Bonifacio VIII, habló duramente a la asamblea. manifes– tando la decisión de la Santa Sede de seguir favoreciendo a los religiosos por encima de todo. Pero el mismo Bonifacio VIII 11294,-13031 vino a dar el triun– fo a los obispos en 1300 con la bula Super cathedram, que deter– minaba sabiamente las relaciones entre el clero secular y los frailes. Estos podrían predicar libremente en sus iglesias y en las plazas públicas, fuera de las horas en que lo hacían los pre-
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