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CAP. IV.-DE SAN FRANCISCO A SAN BUENAVENTURA... 69 dos y de los grandes señores como confesores y consejeros de confianza. FORMACIÓ:--i DE LOS PARTIDOS. La aspirac10n de los clérigos había triunfado. El esplendor alcanzado por la Orden llenaba de entusiasmo aun a muchos de los que habían conocido los primeros tiempos. Pero en el ambien– te flotaba una especie de remordimiento colectivo como de haber ido demasiado lejos. de haber ultrajado, sobre todo, a Dama Po– breza. la herencia más preciada del seráfico Padre. El efecto fué que se produjo una doble reacción: violenta e indisciplinada una. la de los espirituales, que todavía no forma– ban grupo bien definido; otra moderada y comprensiva, la de la mayoría o comunidad. Los primeros creían que no era posihlc conciliar el entusiasmo por la ciencia con la pobreza prometida; lejos de seducirles el brillo alcanzado por la Orden, les causaba miedo. Daban prestigio a este partido los compañeros de San Francisco, que aún vivían en gran número y que no acertaban a separarse de la cuna de la Orden: fray Gil, fray Rufino, fray León, Santa Clara. Las narraciones que ellos hacían de los tiem– pos heroicos despertaban la añoranza de aquella libertad, origina– lidad y sencillez que ahora parecían perdidas para siempre. Esta minoría hacía caso omiso de las declaraciones y de los privilegios de los Papas. Como índice de las aspiraciones de la ((COmunidadiJ, en contra de la otra minoría relajada, que también existía, se puede ·consi– derar la exposición de la Regla llamada de los Cuatro Maestros. Esta declaración, que no tuvo carácter oficial, es la respuesta que dió la provincia de Francia a un acuerdo del capítulo de defini– dores de 124,1 ordenando que en cada provincia se designase una comisión para solucionar los puntos dudosos de la Regla. Los expositores parisinos se esfuerzan por distinguir en ella lo que es de simple consejo y lo que es de precepto, buscando siempre cami– nos intermedios.

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