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CAP. IV.-DE SAN FRANCISCO A SAN BUENAVENTURA... 65 _'.\io se puede negar que la Orden le debe mucho y que hasta fué providencial su gobierno enérgico y absolutista en aquel pri– mer impulso expansivo. Su adversario más despiadado, Salimbe– ne, entre los trece cargos que le imputa, señala un mérito digno de recomendación: el haber promovido en la Orden los estudios teológicos. >io deja de llamar la atención que a la muerte de San Fran– cisco, a pesar de la confianza con que éste le había distinguido, no fuese elegido fray Elías para sucederle como general, sino Juan Paren ti; éste abdicó en 1232, disgustado por las contro– versias acerca de la Regla y del Testamento, y se retiró a Cerde– ña; murió en fama de santidad. Fray Elías quería a su Orden grande y poderosa. Amplió los conventos de estudio y secundó las iniciativas de la Santa Sede en favor de las misiones entre infieles. Su influencia personal foé grandísima con el Papa y con el emperador Federico II. Entregado de lleno a la obra de la Basílica y del Sacro Con– vento, espléndido 111011 umento levantado a la gloria de Poverello, subordinó a ella todas las demás actividades. A esto se debió el que ni siquiera una sola vez visitara personalmente las provin– cias, cumpliendo este deber por medio de visitadores adictos d su persona e investidos de plenos poderes, que tenían a los pro– vinciales en continuo sobresalto. Amparado en las atribuciones casi ilimitadas que le concedía la Regla, en virtud de la cual sólo tenía que dé!r cuenta al capítulo general, cuya convocación de– pendía de él-hien se cuidaría de no convocarlo nunca-, ejercía un poder absoluto: nombraba, trasladaba y relevaba a su talante ministros y custodios; en la distribución de oficios. prefería de una manera escandalosa a los legos, como más fáciles de domi– nar; centralista avisado. aumentó por su propia autoridad a í2 el número de provincias. creando así un verdadero ejército de funcionarios que dependían directamente de él. Se le acusaba de llevar una vida de gran señor, montando siempre a caballo, ro– deándose de lacayos, comiendo aparte al estilo de los abades be– nedictinos. con un hábil cocinero para su uso particular. Pero lo

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