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CAP. II.-FUNDACIÓN Y PRIMEROS PASOS 4,9 DECÍDESE LA VOCACIÓN APOSTÓLICA DE LA ÜRDEN. En 1212 sucedió el fracasado VIaJe de San Francisco a Siria, emprendido con el intento de predicar la fe a los sarracenos e iniciar así la nueva cruzada espiritual ideada por el santo. Tomó Francisco este fracaso como aviso del Cielo. ¿Sería que la acción apostólica no entraba en la vocación de la fraternidad o al menos en su vocación personal? ¿Estaban más acertados aquellos her– numos que, como fray Silvestre, se daban a gozar de la contem– plación en las cavernas de Monte Subasio? ¿Su propia experien– cia de la vida contempbtiva no era una señal de que tal debía ser su vocación'? Hubo un momento de seria vacilación en el ánimo del fun– dador. La respuesta vendría de lo alto. Y entonces tuvo lugar aquel deliciosísimo episodio que nos describen las Florecillas y que en el fondo es absolutamente histórico: embajada de fray Maseo a fray Silvestre y a Santa Clara; solemne y caballeresca recep– ción que le hace Francisco a su regreso, escuchando arrodillado la respuesta de Jesucristo: <,Dios no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de los demás)); arranque decidido del santo, lanzándose a campo traviesa y desahogando su celo por anunciar la palabra de Dios ante una bandada de pájaros, primer auditorio que le sale al paso. Ya no dudará nunca Fran– cisco de su vocación apostólica. Pero la concebirá hermanada siempre con la vida contemplativa, como un desbordamiento de Psta. Es significativo que a los pocos días aceptase del conde Orlando el monte Alvernia para saciar en su cumbre solitaria las ansias de vivir para solo Dios. Efecto de esta confirmación de su destino apostólico íué sin duda la nueva tentativa, fracasada también, de predicar el Evan– gelio a los sarracenos de Marruecos (1213), para lo cual creía era buena sazón el abatimiento en que los suponía después de

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