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:\lA:'\CAL DE lllSTORIA FHA"íCISCA:'íA scra11ca hízose más general, debido sobre todo al celo desplegado por las varias ramas de la primera Orden, que daban lugar en las decisiones capitulares y en las constituciones a los asuntos rela– cionados con la renovación y difusión de la Orden tercera. El capítulo general de Toledo de 1633 decía en las ordenaciones acordadas para la restauración de la Orden tercera: ((De tal mane– ra ha decaído, por causa principalmente de la negligencia de nues– tros religiosos, que en algunas provineias y naciones puede darse por extinguida¡); y con el fin de promover la restauración mandaba que en todas partes se adoptase el directorio usado en España, (, donde la tercera Orden resplandece grandementen. Publicáronse muchos man uales en lengua vulgar; los confesores franciscanos de varias casas reinantes inducían a vestir la librea seráfica a los sobe– ranos y sus familias, particularmente los de la Casa de Austria, los Gonzaga y los Saboya. Los Papas, por su parte, promovían con gracias espirituales y recomendaciones la propagación de un medio tan eficaz para acentuar la resturación católica y hacer frente a los errores. En Italia hubo en todas las ciudades hermandades florecientes. La aristocracia eclesiástica y civil se gloriaba de pertenecer a la Ordeú tercera. En Espmí.a y Portugal el entusiasmo alc¡:mzó límites increíbles bajo Felipe III y Felipe IV. Sólo la hermandad de Lis– boa, fundada por el infatigable apóstol de la Orden tercera Padre Ignacio García, contaba en 164,4, más de 11.000 afiliados. En Ma– drid pasaban de 25.000 los terciarios en 1689. En Francia la Orden tercera tuvo los principales propagadores entre los capu– chinos, distinguiéndose José du Tremblay, Leonardo de París e Ivón de París. En Bélgica quedó circunscrita casi exclusivamente a las clases altas, sin hacerse popular. También se dejó sentir el entusiasmo en Alemania, Irlanda e Inglaterra. Al hablar de dismmución de la eficacia santificadora de la Orden tercera no queremos decir que todo fuern exterioridad o que no existiera influjo profundo en la vida religiosa de los ¡me– hlos. Lirnitúndonos a España, sabcmo3 el:? b enorme floración de cofradías piadosas, solemnidades populares y formas de devoción que brotó al impulso y hajo la dirección de las hermandades ter-
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