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CAP. II.-DIFUSIÓN E INFLUENCIA... 461 nadas en el Concilio de Vienne. Clemente V mandó hacer las nece– sarias averiguaciones y, comprobada la ortodoxia de los acusados, confirmó en 1308 la Regla de Nicolás IV. No afectó, pues a la Or– den tercera la condenación conciliar; pero la tacha de herejía siguió acechando bajo Juan XXII, que también salió en defensa de los terciarios en 1318 y en 1321, llegando a amenazar con la excomunión a algunos obispos franceses empeñados en confun– dirlos con los begardos y beguinas. Esto, unido a las circunstancias deplorables creadas en el si– glo XIV por la peste negra y por el cisma, hizo que el número ele terciarios disminuyera notablemente, como lo atestiguaba a fines del siglo Bartolomé de Pisa; pero aun así eran muy numerosos. Una estadítisca de 1385, incompleta, deja suponer que por aque– lla fecha las hermandades sumaban unas 1.500. El siglo xv trajo un nuevo florecimiento, merced sobre todo al esfuerzo que pusieron en su propagación los grandes predicado– res de la Observancia, especialmente San Bernardino, San Juan de Capistrano y Bernardino de Busto. De esta nueva expansión da testimonio San Antonino ele Florencia ( t 14.59), disertando sobre el carácter eclesiástico de los terciarios, llamados en su tiempo pinzo– cheri, testimonio valioso por tratarse de un dominico: ((Los doc– tores-dice-no tratan de la Orden tercera de Santo Domingo corno de la de San Francisco, porque los terciarios dominicos son pocos en estas partes (Italia), y casi ninguno entre el .sexo mascu– lino; en cambio, bajo la Regla y el hábito de la Orden tercera de San Francisco militan muchos de uno y otro sexo, unos como ermi– taños, otros como hospitalarios y otros agrupados en congrega– ción.)) Y añade que por razón de esta importancia numérica no gozan los terciarios franciscanos de la exención del entredicho como la gozan los de Santo Domingo. No es, pues, puro énfasis oratorio la exclamación de Bernardino de Busto en uno de sus ser– mones: ((Esta Orden es grande por su número. La cristiandad ente– ra está llena de hombres y mujeres que observan sinceramente la Regla de los terciarios.)i Sin embargo, no faltaban tampoco entonces los contradictores. San Juan de Capistrano tuvo que hacer la apología de la persona-

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