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4,60 MANVAL DE HISTORIA FRANCISCANA de la Regla, todos los pleitos que nacieran entre los hermanos o con los extraños debían ser resueltos en lo posible dentro de la misma hermandad, haciendo de intermediarios los frailes meno– res; y cuando no era posible tal composición fraternal, se llevaba la causa al obispo diocesano. Así lo determinaban los estatutos de la hermandad de Brcscia, compuestos hacia 12í0. y así lo resolvía Celestino V en el documento mencionado. Aún se añadían otras inmunidades de importancia, comparables a las de cualquier Orden religiosa, como la del entredicho. Hono– rio III había concedido en 1224, a los terciarios el indulto de poder ser admitidos a los divinos oficios, a los sacrnmentos y a la sepul– tura eclesiástica en tiempo de entredicho, siempre que no hubieran puesto ellos la causa de la censura. El privilegio fué renovado repe– tidas veces por Gregorio IX, Inocencio IV, Urbano IV y Bonifa– cio VIII. Pero sucedía que. dada la expansión de la Orden tercera en todas las naciones, resultaba muchas veces irrisoria la pena de entredicho. En este sentido debieron de reclamar los obispos reuni– dos en el Concilio de Vienne. del cual emanó la decretal de Cle– mente V, incorporada al Corpus luris Canonici. que prohibía, bajo pena de excomunión, admitir a los divinos oficios a los terciarios franciscnnos en tiempo de entredicho, ne censura 1:ilescat. Poste– riormente, sin embargo, otros Papas, como Inocencio VI, Bonifa– cio IX, Martín V y Sixto IV, volvieron a confirmar el antiguo privilegio. A la importancia jurídica como corporación en el seno de la Iglesia correspondía In fuerza numérica y la eficacia en la ncción. El hecho de que a fines del siglo XIII pudieran reunirse en Ca– pítulo representantes de buen número de provincias prueba, no sólo la avanzada organización de las hermandades y la conciencia cor– porativa, sino también la densidad del elemento terciario dentro y fuera de Italia. Es cierto que a principios del siglo XIV, coincidien– do con los malos años por que pasó la primera Orden, tuvo que superar la Orden tercera una dura prueba: la sospecha de herejía. Originóse de la campaña desatada contra las Ordenes mendicantes por aquellos años, tomando pie de la semejanza de vida entre los terciarios y las sectas de los begardos, beguinas y fraticelli, conde-

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