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MANUAL DE HISTORIA FRANCISCANA tánea ni universal. Pero ya es significativo el que el siglo XIV no nos haya transmitido ni un solo nombre de religiosas eminentes en santidad. Entre tanto, la aspiración de Santa Clara de ver a sus hijas bajo el cuidado directo de los frailes menores se iba realizando en mayor escala de lo que ella misma pretendiera. A fines del siglo XIII la primera Orden intentó nuevamente desentenderse de esta carga; pero Bonifacio VIII renovó en 1296 las ordenacio– nes de Inocencio IV, y al año siguiente el cardenal protector Ma– teo Rossi promulgó dos instrucciones en virtud de las cuales se imponía a los frailes de modo más decisivo la asistencia total a las monjas. Los ministros provinciales quedaban obligados a ejer– cer su vigilancia sobre los monasterios de igual modo que sobre sus propios conventos. Con el fin de que los visitadores pudieran cumplir su oficio con más facilidad, otorgáronseles amplias dis– pensas en lo tocante a la observancia de la clausura. En vista de los abusos que ya iban cundiendo, el cardenal protector encargaba a los frailes que, en lo posible, indujeran a todos los monasterios a aceptar la Regla de Urbano IV. Otro cardenal protector, Felipe Cabassole, volvía a dar idénticas disposiciones en 1370. LA REFORMA DE SANTA COLETA. LA OBSERVANCIA. Había que poner remedio a la relajación estableciendo la dis– ciplina interna, y con este fin el Papa Inocencio VII decretó en 14,05 que en adelante las abadesas no fueran vitalicias, sino ele– gidas para diez años. Más tarde se redujo el tiempo a tres años, si bien no se logró uniformidad en el cumplimiento de tales dis– posiciones, no faltando monasterios donde la superiora seguía siendo vitalicia. Por aquellos mismos años, en la obediencia del Papa de Avi– gnon las cosas marchaban providencialmente por otro camino. En 14,06, Coleta Boylet, de Corbie, emitía su profesión en manos de Benedicto XIII y recibía al mismo tiempo del Pontífice la in-

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