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4,32 MANUAL DE HISTORIA FRANCISCANA terios. Pero como no se acomodaba al ideal que se había propuesto la comunidad de San Damián, Clara recabó inmediatamente de Ino– cencio III el Privilegio de la Pobreza, es decir, el derecho a que nadie las forzase a admitir propiedad. La Regla de San Benito daba a la nueva Orden existencia canónica; la formula vitae y el privi– legium paupertatis, su fisonomía propia. 3. LA REGLA DE HuGOLINO (1219).-Hugolino, a petición de San Francisco, extendió su protección a la segunda Orden, princi– palmente a los nuevos monasterios que iban apareciendo por Ita– lia. El cardenal dió a estos monasterios de su propia fundación ímuchos de ellos transformación de otros ya existentes) una nor– ma de vida compuesta por él, la cual se debía observar juntamente con la Regla benedictina, tomada ésta solamente como base funda– cional. Es propiamente la primera Regla de las clarisas. Hugolino nombró visitador al cisterciense Ambrosio; pero fray Felipe Longo logró para sí este cargo respecto de la comunidad de San Damián por intervención tal vez de Santa Clara. Al volver San Francisco de Oriente, fray Felipe fué destituído, y siguieron las Damas Pobres teniendo visitadores de fuera de la Orden. Por fin el mismo cardenal vió la conveniencia de que se encargaran de ello los frailes menores; siendo Papa impondría a la primera Orden, como tal, el cuidado de la segunda. Quizá por imposición suya había escrito San Francisco en la Regla de 1223: e, Los frai– les no entren en monasterios de monjas, excepto aquellos a quie– nes de la Sede apostolólica les hubiera sido concedida licencia especial. )J La Regla de Hugolino nada decía de la cuestión de la pobreza; pero la benedictina autorizaba toda clase de posesiones. En un prin– cipio, Hugolino quiso poner a salvo el espíritu de pobreza, fun– dando los monasterios sin rentas fijas; después fué cambiando de modo de ver, y él mismo hizo generosas fundaciones en fav:ir de las comunidades de clarisas. Su Regla se caracteriza por una austeridad y aspereza de vida excepcionales, que por lo demús correspondían a la sed de macera– ,:;iones que animaba a Santa Clara. El punto más notable es la seve-

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