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CAP. 1.-VOCACIÓN DE SA:\' FRANCISCO Y DE SI.: ORDEN ,¡.i - ----~------·-------- ---------------- ----- gicndo los anhelos que llenaban el ambiente. aeertase a comm11- earlcs una direeeión ortodoxa y eatólica. 2." EL FRANCISCA:'-íISl\IO y LOS HEREJES DE LA ÉPOCA.--Alguien ha llegado a ver en San Francisco "un esclareeiclo discípulo del oscuro Pedro Valelo». Nada más falso. Pero las afinidades entre el movimiento franciscano y los val– denses y cátaros son un hecho innegable. Obedecen al mismo anhelo de un cristianismo más puro. más austero; abogan por la vuelta al Evangelio mediante la práctica ele la pobreza. Los raldenses, procedentes de Lyon. habían sido aprobados por Alejandro III en llí9. Permitióseles hacer voto de pobreza, pero se les vedó predicar sin licencia del ordinario; ellos aca– baron pronto por enfrentarse con la jerarquía dándose a la pre– dicación libre y a la vulgarización de la ~agrada Escritura. Fue– ron condenados por Lucio III en 1183. Enseñaban que todo fiel cristiano que observa el Evangelio es sacerdote y que en cambio son inválidos los actos realizados por un sacerdote indigno. En 1218 se enlazaron con los pobres lombardos o patarenos. Goza– ron de gran aceptación entre la gente humilde. particularmente entre los artesanos. De peor calidad fueron los cátaros o albigenses, extendidos por el mediodía de Francia y en Lombardía. Profesaban una fe filosófico-teológica cuya base era el dualismo maniqueo; nega– ban varios de los dogmas fundamentales del cristianismo, recha– zaban el Antiguo Testamento y abominaban de todo culto externo. Se distribuían en ((Creyentes,, y uperfectosll ; estos últimos hacían alarde de una moral rígida y un ascetismo austerísimo. Esta secta atentaba contra la esencia misma del cristianismo. Frente a estos y otros movimientos desviados, despliega su programa la reforma franciscana: al seguir el Evangelio a b letra, pero todo el Evangelio, aun lo que se refiere a la autoridad de Pedro. de los apóstoles y de sus sucesores; b) predicación al pueblo en romance, pero con permiso del papa, de los obispos y aun de los simples curas rurales; cí práctica de la pobreza, de la castidad, del trabajo, pero sin clamar contra la avaricia
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