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CAP. XL-LAS MISIONES 389 cismáticos orientales y los que en 1612 y 1613 realizaron los capu– chinos franceses entre los indios de Maranhao. La Orden capuchina, pues, llegó al término de su evolución sin haber logrado fundar ni una sola misión estable entre infieles ni entre los cismáticos de Oriente; en cambio, el apostolado entre los herejes de Europa se desarrolbha con pujanza. Pero con la segunda época comienza una verdadera edad de oro del esfuerzo misional en la reforma capuchina; es un anhelo incontenible de expansión evangélica que trata de hallar desembo– que al mismo tiempo en los países dominados por la herejía. entre los disidentes orientales y entre los paganos. Este fervor se echó de ver muy patente cuando el capítulo general de 1618 aceptó la misión del Congo, fracasada por entonces. Mientras las provincias de Europa central se entregan a la la– bor de la restauración católica, disputando palmo a ¡nlmo el te– rreno a la herejía, Francia se lanza preferentemente a los países cismáticos, siguiendo la consigna religioso-política del P. José du Tremblay; Italia y España, por el contrario, buscan el teatro de una labor estrictamente misional en el mundo infiel. Podemos dis– tinguir cuatro etapas o impulsos en este despliegue misional: el primero a raíz de la fundación de la Congregación de Propag·anda Fide, coincidiendo con el apogeo del ascendiente del P. Tremhlay sobre Richelieu; el segundo, a mediados del siglo XVII. cuando fray Francisco de Pamplona abre a los capuchinos el paso a las misiones de la costa occidental de A.frica y de la América espa– ñola; el tercero, en la primera mitad del siglo XVIII, en que los capuchinos italianos escriben una hella página de apostolado en el Tibet y los españoles realizan la penetración a lo largo de toda la costa venezobna; el cuarto, de resurgimiento y universalidad desde mediados del siglo XIX. En un principio el elemento responsable de la Orden se mos– tró reacio en cierto modo a la admisión de misiones lejanas, no obstante reconocerlas como campo que encajaba en los íines del instituto. Los argumentos alegados, principalmente en Italia y Es– paña, se reducían al temor de ver peligrar la observancia regular por las mismas exigencias de los climas, del género de vida y de

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