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CAP. X.-APOSTOLADO ENTRE LOS FIELES 3 ~~ i 1 del hábito capuchino como la de Viena, a donde fueron llamados en diferentes tiempos predicadores italianos. españoles y france– ses, además de los que eran tomados de las provincias alemanas. En Francia figuran como insignes predicadores reales Zaearías de Lisieux (t 1661), José de Morlaix (T 1661) y Serafín de Pa– rís ( t 1,13). En España eran muchos los capuchinos que a fines del siglo XVIII ostentaban el título de predicador de su Majes– tad; son los más célebres; con Felipe IV, Mauro de Valencia (t 163T1 y Buenaventura de San Mateo; con Carlos 11, José de Sevilla, Jaime de Corclla 1-f 1699). Miguel de Lima y José de Madrid i. t 1.09). Pero en ninguna de las cortes gozaron de tan honrosa acep– tación como en la pontificia, primeramente alternando con pre– dicadores de otras Ordenes religiosas y por fin con derecho ex– clusivo. El primer predicador del Sacro Palacio fué Anselmo de Monopoli (t 160,), el segundo Jerónimo de Narni (t 1632); después ocuparon el mismo puesto Francisco de Génova, Bernardino de Macerata. Buenaventura de Recanati, Francisco María de Arezzo. Buenaventura Barberini de Ferrara y Miguel Angel de Reggio Emilia. Benedicto XIV, por un breve de 2 de marzo de 1,43, adju– dicó perpetuamente a la Orden capuchina el cargo de predica– dor del Sacro Palacio Apostólico, y desde esa fecha lo han veni– do desempeñando los capuchinos sin interrupción. OTRAS FORMAS DE APOSTOLADO. La predicación se ha considerado siempre como el ministerio esencial y medular de la. reforma capuchina, el único que justi– fica el cultivo de los estudios y la producción literaria, pero no exclusivo. Tras él viene el ejercicio de la caridad, traducido muchas veces en forma de apostolado social. Ya vimos cómo las constitu– ciones de 1536 lo imponían corno una obligación. En el siglo XVI se hicieron beneméritos como propagadores de los !kf antes de pie– dad Mateo de Bascio, J acobo de Molfetta, Ludovico de Giovinazzo