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CAP. X.-APOSTOLADO ENTRE LOS FIELES 373 capuchino vive compenetrado con los intereses y los afanes del auditorio. Tanto las constituciones de Albacina como las de 1536 prevenían a los predicadores contra los v1c10s de la oratoria de entonces y determinaban los caracteres de la predicación evan– gélica. Pero no era todo espontaneidad e impulso de fervor; existía una preparación metódica especializada bajo la dirección de aveza– dos maestros. Uno de éstos, Alonso Lobo, repetía esta preciosa recomendación a los jóvenes predicadores: ((Después de la ora– ción te has de entregar al estudio como si nada esperases de Dios; pero cuando subes al púlpito te has de confiar a Dios de forma que Él sea quien gobierne tu lengua y tu espíritu. Cuando escribes tu sermón, deja siempre en blanco una página, para que Dios escriba en ella lo que sea de su agrado ... En la segunda mitad del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII no pudo sustraerse la oratoria capuchina al barroquismo de la época, con detrimento· del buen gusto no menos que ele la eficacia apostólica. Los superiores generales salieron al paso con· frecuen– cia a tal degeneración, inculcando la sencillez y dignidad exigidas por la Regla y las constituciones. A este fin desde 1698 se impuso a todas las provincias el curso de elocuencia sagrada después de la terminación de los estudios teológicos. Predicadores experimen– tados y hombres de ciencia pusieron a contribución sus dotes para elaborar excelentes tratados teóricos y prácticos de oratoria; se conservan más de treinta obras de este género, varias de ellas muy difundidas en ediciones y traducciones, como las de Amadeo de Bayeux ( t 1676), Cayetano María de Bérgamo, Juan Angel de Cesena (i" 1766) y Andrés de Faenza (t 1783). La aparición del Fray Gerundio de Campa;:;as, del P. Isla, en España dió ocasión a una violenta polémica sobre la predicación sagrada entre el autor y varios insignes predicadores capuchinos, que creyeron, no sin motivo, se hacía objeto de aquella sátira de mal gusto al orad'.:lr popular capuchino. La reacción contra el culteranismo se produjo en los últimos decenios del siglo XVIII y quien mejor supo darse cuenta de la necesidad de renovar profundamente la predicación fué el italiano Viator de Coccaglio en una notabilísima disertación

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