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CAP. Vl.-DECADENCIA Y RESTAURACIÓN 349 la palpable decadencia y la afirmación de un seguro resurgimien– to. Comenzaba una nueva época. Los capitulares reunidos en Roma vivían la conciencia de aquella comprobación y de este propósito; no creemos haya habido en la historia de la Orden ningún capí– tulo tan fecundo en poderosas iniciativas y de tan certera mirada sobre el porvenir. La nueva época que se abre ha de enfrentarse en primer lugar con delicados problemas internos, nacidos sobre todo de las imposiciones de la vida moderna, que exigirá nuevas interpretaciones de la observancia de la Regla y del modo tradi– cional de la Orden, y en algunos aspectos, como el uso del dine– ro, llegará a hacer necesaria incluso la abrogación circunstancial de puntos que parecían muy fundamentales; que aportará formas nuevas de apostolado, nueva organización de las misiones entre infieles, nueva fisonomía a las misiones y a las provincias al cons– tituirse los colegios de formación en un estilo totalmente nuevo. A este reajuste de la organización interna y de la disciplina co– rresponderá una mayor eficacia en los medios y mayor amplitud •en las actividades. La reforma capuchina no perderá, con todo, su fisonomía propia y su misión peculiar en el seno de la Igle– sia; la figura del capuchino seguirá imprimiendo a la sociedad e.l sello estridente de la austeridad y del desprecio del mundo; se le verá, como ayer y como siempre, mezclado con el pueblo hu– milde, lo mismo en los campos que en los grandes centros indus– triales, en los hospitales, en las leproserías, en los campos de con– centración ... Pero al mismo tiempo, y en este aspecto con mayor prestigio que en tiempo pasados, echará mano del apostolado de la pluma, cultivará la ciencia, escalará las cátedras universitarias. Y la aureola de la santidad de la Orden, lejos de oscurecerse, ad– quirirá nuevo resplandor con el gran número de sus hijos, que verá elevados a los altares. No es sino caminar al compás de la nueva vida cobrada por todas las fuerzas vivas de la Iglesia una vez superada la prolon– gada crisis racionalista y liberal. Las viejas Ordenes religiosas, más libres y dueñas de sus destinos, más internacionales, vuelven a ocupar el primer puesto, en medio de las modernas congrega– ciones, tan numerosas y de tanto empuje.

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