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CAP. VI.-DECADENCIA Y RESTAURACIÓN 34,5 taba la supresión en sus dominios el gobierno del Piamonte; en 1866 aparecía la misma ley para toda la Italia unida, ley que no se aplicó en todas partes ni con el mismo rigor; para 1873, la ejecución había alcanzado a todas las provincias de la península y de las islas. Pero fué de corta duración; a favor de la condes– cendencia de las autoridades muy pronto pudieron reanudar la vida normal muchas comunidades; en 1884, sólo permanecían bajo la exclaustración las provincias del sur de Italia. las de Si– cilia y las de Cerdeña. En España, el peligro liberal hizo su aparición ya con las Cortes de Cádiz en 1812; la restauración iniciada con la vuelta de Fernando VII recibió un gran entorpecimiento en el trienio constitucional de 1820-1823. En 183,1, se produjo un levantamiento popular contra los frailes, organizado oficialmente; en 183,5 de– cretábase radicalmente la supresión de todas las Ordenes religio– sas que no se dedicaran a la enseñanza o a la cura de almas. Fué la sentencia de muerte para las provincias capuchinas; al año si– guiente no quedaba ni un solo convento abierto. En los años si– guientes hubo muchos intentos de restaurar la vida común, pero todos fueron inútiles. Sin embargo, desde 1852 existió en Bayona un convento de religiosos españoles que continuaron la vida regu– lar en espera de la anhelada restauración. Los exclaustrados, bien ejercían el ministerio parroquial bajo la obediencia de los obis– pos, bien buscaban en el extranjero, y sobre todo en las Repúbli– cas americanas, el modo de mantener la fidelidad a la vida capu– china y de extender su apostolado. Desde 1863 pudo funcionar, con permiso excepcional del rey, un convento en Arenys de Mar. constituído luego en noviciado. Pero la restauración definitiva y legal se inició en 1877 con la fundación del convento de Ante– quera, autorizada por Alfonso XII a instancias del P. Bernabé de Astorga; para·esa fecha, los capuchinos de la comunidad de Bayona ejercían ya el ministerio de la predicación en España, vis– tiendo el hábito y con gran libertad; entre ellos destacaba el Pa– dre Esteban de Adoáin. En 1880 eran ya siete los conventos y otros dos en construcción. Un espíritu de rígida observancia y de verdadera reforma animaba aquellas primeras fundaciones; p9r
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