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34,4, MANUAL DE HISTOIUA FRANCISCANA misario apostólico, con autoridad para nombrar los superiores provinciales sin necesidad de capítulos; era el primer paso para la abrogación de la malhadada alternativa. Desempeñaron este oficio los Padres Fermín de Alcaraz (1838-184,91, Joaquín de Ma– drid (1860-18í2), José de Llerena (1872-1881) y Joaquín de Lle– vaneras ( 1881-18851. En 184,7 pudo. finalmente, volver a reunirse el capítulo gene– ral, en que salió elegido el P. Venancio de Turín (184,í-1853); el de 1853 eligió al P. Salvador de Ozieri (1853-1859). Estos dos celosos generales aprovecharon aquel breve intervalo de relativa normalidad para reparar las ruinas, atendiendo sobre todo a las casas de formación, y para iniciar una reforma a fondo; algu– nas provincias italianas respondieron muy halagüeñamente. Tiem– pos más aciagos habían de tocar en suerte al P. Nicolás de S. Gio– vanni in Marignano (1859-1872), nombrado por la Santa Sede para doce años. Pudo visitar por dos veces la mayoría de las pro– vincias, aun las más distantes; pero hubo de ser testigo impotente de la supresión llevada a cabo en Polonia y en Italia; al ser ocu– pada Roma en 1870 huyó a Malta. En 1872 fué elegido por cé– dulas enviadas a Roma el P. Egidio de Cortona (1872-1884,), tam– bién para doce años. Este general, si por una parte probó las últi– mas embestidas de la saña liberal, tuvo también el gozo de ver sur– gir una prometedora renovación y, al introducir los seminarios seráficos, se percató de que comenzaba una época totalmente :rne– va para las Ordenes religiosas. El mapa de la Orden se mantiene durante estos decenios en tiU inestabilidad, a merced de supresiones y restauraciones efímeras. A la caída de Napoleón, la mayoría de las provincias logran re– organizarse, sobre todo en Italia y España; los religiosos exclaus– trados, unos de grado, otros obligados por la Congregación for– mada en Roma para la reforma de los regulares, fueron reinte– grándose a los conventos. En Italia comenzó una nueva época de dificultades en 184,7 con el movimiento de la unidad italiana. Pero la verdadera prue– ba provendría de la política liberal de la dinastía de Saboya, por lo demás tradicionalmente afecta a los capuchinos. En 18.55 decre-

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