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336 MANUAL DE HISTORIA FHANCISCANA A ello contribuyó principalmente el rigor en la selección de las vocaciones, siempre excesivas, y la solicitud de los superiores y de los capítulos por la buena formación de los religiosos jóve– nes. Hubo eminentes maestros de novicios que transmitieron sus experiencias en luminosos tratados de pedagogía monástica, como Honorato de París ( t 1624,), Francisco de Sestri ( t 1692), Fran– cisco de Montereale (t 1728) y Andrés de Faenza (t 1783). El buen maestro de novicios había de proponerse como norma transmitir Íntegro a las nuevas generaciones el depósito de las santas tradi– ciones recibidas de los mayores. Aparecieron también multiud Je tratados ascéticos y disciplinares destinados a encaminar a los religiosos jóvenes por las vías del espíritu. Con el fin de que los recién profesos no perdieran el espíritu adquirido en el noviciado fueron estableciéndose Seminarios de jóvenes en los conventos más observantes, donde eran colocados tanto los clérigos como los legos por cierto tiempo, bajo la depen– dencia del guardián y el cuidado de un director espiritual, que, a partir de 1754,, fué el vicario del convento. Los conventos conservan en todo este tiempo la fisonomía im– presa por las primeras generaciones. Se construyen en las afueras de las ciudades, pobres y reducidos, con sus celdas estrechas, sus ventanas diminutas, sus corredores angostos; un patio interior de las mismas proporciones determina la estructura general; las igle– sias, progresivamente más espaciosas, se construyen según un pa– trón general en el estilo más sobrio del renacimiento. Todo res– pira pobreza y sencillez. El Papa Benedicto XIII solía proponer como modelo las iglesias de los capuchinos, "en las cuales-decía– resplandece suma pobreza unida a la máxima limpieza)), Hasta muy entrado el siglo XVII los sacerdotes celebraban !a Misa <cpor mera caridad)), según disponían las constituciones; pero en 1698 el Capítulo general declaró que la aceptación de estipen– dios no violaba las leyes de la Orden. Lo que nunca se admitió fue– ron las fundaciones perpetuas. En esta época la Orden puede presentar cinco beatos y crecido número de venerables, pero no cuenta con ningún santo canoni-
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