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CAP. IV.-GÉNERO DE VIDA DE LOS PRIMEROS CAPUCHINOS 325 El término a donde conducían tanto la ohservancia regular como las austeridades era la 1:ida de oración. Ha pasado como un axioma a las posteriores generaciones capuchinas este aforismo de Bernarclino de Asti: ((Si me preguntáis quién es huen religioso, os responderé: el que hace oración. Y si me preguntáis quién es mejor religioso, os repetiré: el que hace mejor oración. Y si me preguntáis quién es óptimo religioso, lo afirmaré sin vacilar: el que hace Óptima oración.>) Las constituciones de Albacina iban demasiado lejos al suponer que la contemplación era el fin de 1n vocación a la nueva reforma; pero respondían a la mentalidad general de los frailes. Eran obligatorias dos horas de oración mental diarias e, para los tibios)> ; el verdadero fraile menor ora siempre, advertían las constituciones de 1536. La primera hora solía tenerse después de los maitines de medianoche, y los reli– giosos fervorosos ya no se acostaban, sino que se entregaban a la oración y a ejercicios de penitencia hasta la hora de la Misa conventual. Para facilitar el ejercicio de la contemplación había en el bosque contiguo a cada convento cierto número de ermitas solitarias a las que libremente podían retirarse los religiosos; los que recibían de Dios la gracia de la contemplación continua eran exonerados de toda otra ocupación exterior. Otro punto en que la reforma capuchina señaló una reacción contra el formalismo exterior y ceremonioso que iha invadiendo la Observancia es la sencillez y el amor fraterno. Comenzóse por suprimir en los oficios divinos todo lo que no reflejara esa sen· cillez, dando quizá en el extremo opuesto: recitado monótono, Misa invariablemente rezada, supresión absoluta de la música, sin hacer distinción de domingos y solemnidades. El general Jerónimo de Montefiore 11574-1581) quiso introducir el canto sencillo en las sagradas funciones. pero hubo fuerte reacción, y en 1581 re• chazóse tal innovación como contraria a la sencillez capuchina. Pero donde principalmente resplandecía esta sencillez, unida a la más ingenua fraternidad, era en el trato mutuo. Los cuadros de vida que nos presentan Mario de Mercato Saraceno y Bernardino de Colpetrazzo no ceden en belleza a las páginas en que Celano describe el gozo de la primera fraternidad de la Prociúncula hajo
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